La otra cara de la moneda
Francisco Cruz Angulo
17 de junio de 2014
No hay por qué escandalizarse en torno a las declaraciones públicas que hizo Hilario Ramírez “el Layín” cuando en el marco del inicio de su campaña electoral como candidato independiente a la presidencia municipal de San Blas -no sé si ingenua o deliberadamente- alardeó que durante su primera gestión como alcalde haya rasurado un poquito el presupuesto del ayuntamiento. Luego haciéndole a la “chucho el roto” lo justificó diciendo que con una mano se lo robaba y con la otra lo entregaba a los pobres.
A la gente de a pie estas revelaciones le provocaron risas, aplausos, no así a los principales medios de comunicación nacional que de facto se volcaron sobre “Layín” para entrevistarlo en cadena nacional.
En todas las entrevistas “Layín” se mantuvo en su dicho: “todo fue una broma a la gente le gusta la broma”.
La conducta ingenua o calculadora de “Layín” refleja una de las aristas de la cultura de la corrupción.
Esta misma cultura de la corrupción se manifiesta en las zonas de influencia de los capos de la droga.
Por ejemplo el Chapo Guzmán” gozaba del apoyo popular en su tierra natal y a sus alrededores porque era dadivoso con la gente. Lo mismo con Pablo Escobar en Colombia quien durante décadas creció su imperio del tráfico de la droga y que gracias al apoyo de la gente pobre que hasta lo ocultaba cuando era perseguido por la justicia.
Ahora bien supongamos que Layín no rasuró un poquito el erario municipal entonces veamos el otro lado de la corrupción que no solo pudo practicar Layín sino que es la maña de la mayoría de nuestra clase política, me refiero al tráfico de influencias, es decir utilizar el poder para hacer jugosos negocios. Por ejemplo inflar los precios de los bienes y servicios que ofrece el sector público; crear empresas fantasmas o a nombres de familiares para auto obtener contratos de obra pública mediante artimañas legaloides; enajenar bienes públicos a precio irrisorios; cobrar el moche del 10% para licitar una obra, claro en complicidad con los cabildos o con las legislaturas locales.
O sea, esta clase de gobernantes amasan enormes fortunas no porque hayan rasurado el presupuesto sino porque utilizan el poder como una moneda de cambio.
Si echamos una mirada retrospectiva al ejercicio de varios gobernantes nayaritas una vez concluidos sus sexenios nos damos cuenta que durante su mandato adquirieron bienes raíces en las zonas turísticas; otros se hicieron de empresas a la mala y de esta manera incrementaron su poderío empresarial. Incluso algunos se jactan hoy en día que no dejaron deuda pública pero esculcándoles tantito podríamos ver como utilizaron el poder para incrementar su fortuna familiar y empresarial.
Los gobiernos panistas y perredistas que tanto se escandalizaban de las corruptelas priistas fueron ganados también por este tipo de corrupción. Como justificaba un estimado amigo de filiación priista de aquellos ayeres “nosotros robábamos pero salpicábamos a la gente… Estos cabrones del PAN son tan pichicatos y tan inmorales que con una mano se bendicen y con la otra mano se roban la lana dándose baños de pureza. Todo se lo quedan. No salpican nada”.
Así pues, en tanto no haya una ciudadanía consciente y vigilante todas estas pillerías por el mal uso del poder público veremos a todo tipo de políticos que legal o ilegalmente se hacen ricos de la noche a la mañana.
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