Que nunca nos falten los libros
Ulises Rodríguez
25 de Abril de 2024
Se conmemoró el 23 el día internacional del libro. El primero que leí fue la Amada Inmóvil, de Amado Nervo. Tendría 11 años cuando llegó a mis manos y, recuerdo muy bien haber derramado alguna lágrima al imaginar el dolor del poeta al perder a la mujer que amó, un dolor que él describe perfectamente en las páginas de su obra. Al finalizar la lectura, oré en memoria de ambos, de Ana Cecilia y del poeta, como el propio Nervo lo pide a manera de epílogo. Meses después, a recomendación de mi primo, leí Drácula, de Bram Stoker.
Por la calle Rayón, cerca de donde vivo, hay un centro del Programa de Atención a Menores y Adolescentes en Riesgo (PAMAR), allí, tenían una biblioteca modesta, pero maravillosa. Había mesas y sillas donde se podía leer con mucha tranquilidad, además de que, por alguna razón todavía desconocida para mí, les caí bien a las señoras que lo atendían tanto en el turno matutino como en el vespertino. Como veían que iba todos los días a leer, pronto me tuvieron confianza y me dejaban sacarlo de la biblioteca para poder recostarme en el pasto, al lado de un pequeño nacimiento de agua en el que había patos, lo que hacía volar mi imaginación pensando en el vampiro, mientras leía la correspondencia de Jonathan Harker, Mina Murray y del Dr. Van Helsing, especialmente en los días nublados de verano. Lo leí en 3 semanas y al culminar, una de las bibliotecarias me recomendó tramitar mi tarjeta para poder sacar libros prestados y poder leer donde yo quisiera, lo único que necesitaba era una especie de aval que terminó siendo mi papá Octavio.
No recuerdo cuántos libros saqué en préstamo, pero fueron muchos. En aquellos días nació en mí la necesidad de retribuirle a esa modesta biblioteca lo mucho que hizo por mí. Le he dicho a mi mamá y a mis personas más cercanas que, si algo me llegara a suceder y o pronto no volviera, es mi voluntad que mis libros vayan a engrosar el catálogo de esa biblioteca municipal. Aún si llegara a tener hijos que también leyeran, me gustaría que ellos formaran su propia biblioteca. los míos, los que yo he acumulado, quiero que vayan a parar allí cuando yo ya no pueda disfrutarlos. Después de aquellos he leído muchos, no sé bien cuantos. Los he disfrutado cada uno y he bebido sus historias como si de ello me dependiera la vida.
Hoy tengo en casa un poco más de 2 mil libros, de los cuales no he leído la mayoría, pero siento alivio de tenerlos allí, a la mano. Los consulto cuando necesito hacerlo y les debo a ellos más de lo que podría pagarles. En mis horas de mayor soledad y desesperación, también en las de profunda alegría, he encontrado en sus páginas las mejores letras, las que necesito leer en ese preciso momento.
Obsequio libros a las personas que quiero y disfruto mucho aprender y pedir recomendaciones ocasionales a Yoliceth, a Vanessa Dionet y a Sifuentes, los amigos que más han leído de cuantos tengo y que siempre tienen algo interesante qué decirme sobre literatura.
Mi abuelita, Andrea -una mujer sencilla que aprendió a leer y escribir sin ir a la escuela, pero que fue también la mujer más sabia que he conocido-, me dio muchísimos regalos, pero el más valioso fue, sin duda, su amor a la hora de enseñarme a leer y a escribir siendo todavía muy niño y de facilitarme siempre, hasta que se fue, los recursos para comprar libros. Hoy en día no soy mucho, pero sin los libros en mi vida, seguramente sería muchísimo menos.
Que nunca nos falten libros.
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