Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

A los diputados también los regañan

Ulises Rodríguez

23 de Abril de 2024

Siendo niño sufrí lo que me gusta llamar mi “primera represión por parte de la autoridad”. Se trató de una denuncia que hice en la radio para exhibir al director de mi primaria por un mal trato hacia una compañera de clases. Eran otros tiempos, claro está, aún no era del todo mal visto que las maestras y maestros dieran ocasionalmente un coscorrón, un jalón de orejas o que nos midieran las palmas de las manos con un metro de madera que era infaltable en cada salón. Una reprimenda así le tocó a Aline Paulina, la niña de la que llevaba años enamorado en la gloriosa primaria “Lázaro Cárdenas”. Por eso, cuando vi lágrimas recorrer sus mejillas mientras el maestro Reveriano le golpeaba con el metro las palmas de sus manos extendidas, pensé que eso era un exceso. 

Aproveché la familiaridad que tenía con las llamadas a la radio, pues tenía un par de semanas ganando, todos los días, un pequeño concurso de preguntas sobre historia de México. Solo me dieron 3 o 4 veces el premio, pues me dijeron en la estación que debía dejar el espacio para otros niños, pero eso no evitó que me permitieran seguir contestando todos los días. Con ese contexto, llamé para hacer la denuncia y contar lo que había ocurrido con el mayor lujo de detalles. Tendría yo unos 10 años.

Mientras estaba en mi narración con los locutores que atendieron mi llamada, quienes hacían preguntas con genuino interés, olvidé un detalle: mi mamá era asidua a escuchar el mismo programa de radio mientras me preparaba religiosamente un licuado a manera de desayuno. En un oteo que hice en la habitación, advertí a mi mamá parada en el umbral de la puerta, con la mirada severa y un cinto en la mano como señal inequívoca de lo que se venía. 

Inicialmente, pensé que se trataba de un malentendido. Mi mamá siempre resaltó la importancia de alzar la voz contra las injusticias y eso estaba yo haciendo. Lo que siguió, no lo recuerdo bien. Y es que, cuando uno corre y lucha para no ser tan azotado, no tiene tiempo de meditar mucho. Lo que sí recuerdo es que me obligó a llamar nuevamente a la radio y desdecirme, lo que hice entre sollozos de mi parte y un tono divertido por parte de los locutores. Todos los que escucharon la radio aquella mañana, incluidas varias compañeras de trabajo de mi mamá, se dieron cuenta de que hubo represión matutina.

¿Por qué cuento esto? Porque no había visto una expresión tan similar a la mía en aquella ocasión, como la que le vi al pobre diputado J. Santos González, cuando tuvo qué negar hace unos días, lo que él mismo estuvo pregonando: que a su dieta como legislador le estaban descontando un préstamo que solicitó, días antes de irse con licencia, el diputado titular, Luis Zamora Romero. Como bien saben, amables lectores, trabajo en el H. Congreso del Estado y lo ocurrido con el préstamo del diputado Zamora fue un secreto a voces, divulgado inicialmente por el propio diputado Santos, no con afán de afectar las pretensiones políticas de su antecesor en el cargo, sino de averiguar qué tan legal era que le descontaran a él una deuda que, se supone, era personal.

Sin mala fe, el diputado Santos pidió ayuda para dar a conocer el tema, pensando que se trataba de una irregularidad del congreso -y no estaba muy equivocado-. La suerte lo situó en un autobús que iba a Ruiz y donde de compañero de asiento le tocó el reportero gráfico Genaro Martínez Haro, a quien el propio diputado le contó lo ocurrido y quien me ha confirmado la veracidad de la historia. No sólo a Martínez Haro. Me comentan que el diputado hizo extensivo su malestar en un desayuno que tuvieron la semana antepasada los legisladores con el nuevo presidente del Congreso, el diputado Sergio Arturo Castillo, mejor conocido como el “diputado Masecas”.

Por desgracia, el diputado Santos tocó la puerta incorrecta. Como es del dominio muy popular, en el congreso no es el titular del Poder Legislativo quien toma la última decisión, sino el gobernador del estado. Desde noviembre del año pasado, sin embargo, la institución pasó de ser la oficialía de partes del gobernador en turno a convertirse en el juguete de la Lic. Elizabeth López Blanco, actual presidenta de MORENA, quien se adueñó de la oficialía mayor a través del Lic. Gabriel López Zavala, designado para tal encargo por la diputada con licencia Nataly Tizcareño y respetado en el encargo por los dos sucesores de ésta, Francisco Piña y el multicitado diputado Masecas.

El embrollo con el préstamo de Luis Zamora y el cobro de la deuda al diputado Santos es delicado porque se trata de un abuso flagrante hacia un pobre hombre cuyo mayor pecado fue confiar en quien le pidió ser suplente. La verdadera responsabilidad jurídica, sin embargo, no recaería en el diputado Zamora ni en la diputada Nataly Tizcareño, quien habría aprobado el préstamo pese a conocer la irregularidad de este; tampoco en Francisco Piña, quien en un mes no tuvo ni tiempo de darse cuenta de que era el presidente del congreso ¡menos en el diputado Sergio Castillo! Que asume plenamente su papel como velador de los intereses de la presidenta partidista más cercana a los afectos del gobernador Miguel Ángel Navarro.

Hace unos días, la oficina de prensa del Congreso del Estado pidió a los periodistas que cubren la fuente y que tienen un convenio de publicidad con el Poder Legislativo, escuchar las declaraciones del pobre diputado Santos. En su cubículo, con una playera gris y la correa de una maleta cruzándole el pecho, con la expresión de regaño –se dice que por parte del oficial mayor, del propio diputado Zamora y sabrá Dios cuántos abusivos más–, el legislador tuvo qué decir que no era verdad la historia que él mismo propagó pidiendo ayuda. 

Compadezco al señor Santos, quien es víctima de una pandilla de abusivos, aunque también he de decir que nunca, como hasta esa mañana que lo vi retractarse de su propio dicho, me sentí tan representado. Ahora sé que a los diputados también los regañan, aunque creo que el legislador bien preferiría unos cintarazos, pero que le dejaran su dieta completa. Cuestión de percepciones.

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