Oscar González Bonilla
20 de Febrero de 2021
Durante la mañana salí de casa, caminé por la calle Tlatelolco de Infonavit El Mirador con destino a la avenida México para abordar unidad del servicio de transporte público.
En el trayecto advertí pequeño número de jóvenes dedicado a la pega de propaganda política de algún candidato en accesibles zonas de los domicilios particulares. En acera de enfrente en relación al grupo, avisté un corpulento varón que tocaba a la puerta o cancel de las casas. En ocasión sin repuesta de inquilinos, pero no cejaba, continuaba en ese propósito con más entusiasmo.
Despreocupado seguí mi ruta. Llegué a donde se hallaba la persona ante dicha. Para mi sorpresa al topar me llama por mi nombre: “Hola Oscar, ¿cómo estás? ¿No me reconoces, verdad? Me dijo cuando vio mi desconcierto, mudo. Traía cubrebocas N 95 color blanco. Escaso cabello cano, casi pelón. Fijo miré sus ojos. De momento pensé se trataba de “El Monkey, alias Miguel Eugenio Gutiérrez Luna, quien pretendió ser candidato a regidor por el PT al Ayuntamiento de Tepic. Le encontré enorme parecido.
Se descubrió quitándose el cubrebocas. “Soy Stephens”, expresó. “Me invitaron a ser candidato a diputado por el octavo distrito electoral local, y aquí estoy, en actividad”, añadió. Expresó que la invitación la recibió por la dirigencia estatal del Partido Visión y Valores (VIVA), institución que en fecha reciente la autoridad local aprobó solicitud de registro como partido.
¿Cómo te llamas? Luis Stephens, contestó. Entonces eres de la familia Stephens que vivía en la colonia Mololoa, nieto de don José Stephens oriundo de Bellavista, municipio de Tepic, repliqué. No hizo más que asentir. Eres hijo de Arturo, quien tiene la concesión de la estación de gasolina ubicada en avenida México y cruce de las calles 5 de Febrero y 20 de noviembre en la Mololoa. Dijo que sí. Por cierto, a tú papá hace mucho tiempo que no lo veo. Ya murió, fue su respuesta.
¿Cuántos hijos tuvo don José Stephens con su esposa doña Carmen? Contestó que fueron seis: dos varones y cuatro mujeres. Ustedes vivieron cerca de la casa de mis abuelos en la Mololoa, me comentó. No, mi tía tuvo allí una tienda de abarrotes, advertí. Ah, sí, Cuquita, señaló. Dimos por terminada la casual charla. Luis Stephens continuó su tarea propagandística como precandidato a diputado del Partido Visión y Valores (VIVA) por el octavo distrito electoral local, yo seguí mi camino.
El abuelo José Stephens prestaba dinero con sus repectivo tanto por ciento de interés. Entre la raza brava de la colonia Mololoa era nombrado como "José Estafames". Invariablemente, todos los días el prestamista caminaba para ir a cobrar hasta el propio domicilio de sus acreedores. Un día desapareció. Al parecer el prestamista cambió de residencia fuera de Tepic o hasta de Nayarit. Nada supimos de él, se volvió ojo de hormiga.
Al hoy precandidato jamás en mi vida lo había visto. Quizá alguna vez cuando era infante, pero no lo tenía en mente. Sin embargo, Luis me mantiene a mí bien identificado. No sé por qué será.Al hacer referencia a la tienda de abarrotes de mi tía Cuca se agolparon a mi cerebro cantidad de recuerdos. Transportado en el camión ruta Llanitos le di vuelo a la imaginación.
Mi abuela paterna Juana González Polanco, madre soltera, se trasladó con sus dos hijos María del Refugio y Donaciano González González del poblado de Zapotanito, municipio de Santa María del Oro, a la ciudad de Tepic.
Mi tía Cuca tuvo la fortuna que un cuñado de su hermano, de nombre Alejandro Bonilla Guerrero, conocido como “El Ropones” entre el gremio de choferes del transporte urbano al que pertenecía, le pasara la tienda de abarrotes en mención, cuya ubicación fue en la avenida México al norte frente al edificio de la escuela primaria Ignacio M. Altamirano, en la colonia Mololoa.
El local, conformado por una pieza al frente y otra atrás utilizada como bodega, formaba parte del inmueble de dos pisos en que se ubicaba la casa familiar de los Stephens. Por consecuencia ellos cobraban la renta.
Empezó la administración del negocio por allá en el comienzo de los años sesenta. Mis hermanos menores Josefina y Juan Gonzalo fueron quienes en el transcurso de treinta años la apoyaron con atención a la clientela.
Recuerdo que en mi caso, todos los domingos acompañaba a mi tía Cuca al mercado Juan Escutia para cargar la canasta, llena porque adquiría diversos productos para surtir su tienda. Me encantaba ir porque llegábamos a desayunar el sabroso menudo que vendían las mujeres especialistas en el guiso que se ubicaban en fila al fondo del enorme local comercial conocido en aquellos años como “El Volantín”, sito en la calle Durango entre Amado Nervo y Zaragoza. Pero antes de esto rigurosamente asistíamos a misa al Sagrario, templo al lado de Catedral. En ese tiempo me convertí en católico practicante. No le hace, más me interesaba comer menudo.
Desde el domicilio donde vivíamos de la calle Aquiles Serdán, casi con Amado Nervo, atrás del monumento a la Hermana Agua, cerca del parque Juan Escutia, me desplazaba portaviandas en mano, mucha veces acompañado por mi hermana Josefina, para llevarle de comer a mi tía Cuca hasta la Mololoa. El trayecto lo hacíamos a pie indistintamente por las calles Victoria, Bravo, Zaragoza o Lerdo hacia el oriente. Había tan poco tránsito vehicular, escaso el ruido de los motores, que al pasar por algunas casas desde el interior se escuchaba en radio el programa nombrado “Cubilete Deportivo” que se transmitía por XERK en voz de Julio Mondragón. En una ocasión, al final de la banqueta del puente del río Mololoa tropecé y me fui de boca al suelo, por tanto el portaviandas por allá rodó. Llegué a la tienda sin comida para mi tía. Por fortuna fueron muy pocas las ocasiones que lo anterior ocurrió.
Recuerdo que mi tía Cuca contrató los servicios de Andrés, pintor de brocha gorda, con interés de mejorar imagen de paredes al interior del local. El susodicho era diminuto, cuando mucho de estatura medía un metro con 55 centímetros, vivía en la colonia Mololoa cerca de la tienda, pero tenía la gracia de ser homosexual. Me imagino que trazó un plan. Se presentó al domicilio de la calle 5 de Mayo número 34 al norte, colonia San José -adyacente a la Mololoa-, finca que había comprado mi tía Cuca. Pidió a ésta que fuera yo -nadie más- a abrir la tienda para seguir con su trabajo. Y efectivamente, me envió a cumplir el encargo. Yo estaba en la mera flor de la adolescencia. Llegamos y levanté la cortina a menos de la mitad, se introdujo Andrecito y yo quedé afuera. Pero desde el interior me hacía señas para que me metiera, fue insistente, pero no caí en la “trampa”. Y allí lo dejé.
Cuando al comienzo de los años setentas me fui a cursar estudios profesionales a la UNAM en el Distrito Federal, mi tía Cuca, producto de las ganancias de la tienda de abarrotes me enviaba de vez en vez 250 pesos, muy a pesar de haber tenido trabajo de dictaminador en la Secretaría de Reforma Agraria (SRA), con cuyo titular, Augusto Gómez Villanueva, nos consiguió la chamba a un grupo de nayaritas estudiantes Miguel Arvizu Tiznado, mejor conocido como “El Cora Arvizu”, quien dirigía una organización campesina de comuneros.
Mi tía María del Refugio González González no se casó. Ni en lo largo de su vida se supo que tuviera novio, menos pareja. Fue víctima del terrible cáncer que finalmente la llevó a la tumba el 15 de septiembre de 1991. Falleció a los 77 años de edad sin haber probado hombre.