Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

Nayaritas del centenario

08 de junio de 2020

“Mi papá nació en Zacatecas y se lo llevaron muy chico a Bellavista, y allá creció. Mis abuelitos allá tuvieron más hijos. Mi papá trabajó en Jauja toda su vida y se iba a pie de Bellavista a Jauja, que era la misma fábrica de hilados y tejidos. Mi tío Chamaco, hermano de mi mamá, también se iba a Jauja y se iban en la mañanita muy temprano. Cuando yo era niña no había luz en las calles, nomás en las casas teníamos aparatos, quinqués, velas, veladoras y empezaron a poner la luz en los árboles, enfrente de la fábrica, la luz muy bajita, no tenía mucha fuerza. Salí de la escuela a los 11 años, porque nada más había hasta cuarto grado, no había más. Los padres que tenían dinero podían mandar a estudiar a sus hijos a otro lado, pero nosotros fuimos obreros, a puro trabajar. Cuando yo era niña mi mamá ya trabajaba y nos dejaba en la casa solos, fuimos nueve de familia. Mi mamá Lupe, desde chica, fue trabajadora obrera, todo el tiempo, nunca dejó de trabajar. Ella era la dueña de los telares, me enseñó a practicarlo cuando tenía 13 años y a los 14 ya recibí los telares ya propios y desde entonces trabajé como 17 años. Yo quería ser obrera de corazón, porque soy una persona que no me da pena decirlo, porque yo fui muy trabajadora, muy cumplida, no faltaba a mis trabajos. Mi raya era de cuarenta y siete a cuarenta y ocho pesos, pero en aquellos tiempos el dinero valía, mi mamá se ponía muy contenta porque como ella ya no trabajaba yo le entregaba mi raya y ajustaba para toda la familia con cuarenta y siete pesos. Una vez estaba yo acostada en mi casa y me tocó mi compañera Chencha López, allá en la casa y me dijo “ándale, Güera, levántate que ya están llamando”, y yo “ay sí, ay voy, ay voy”. Ahí vamos las dos caminando en la madrugada. Cuando llegamos a la fábrica era el tercer turno que estaba trabajando, y nosotras ya estábamos pegadas ahí en la puerta. Ésa fue una sorpresa, ahí vamos más dormidas que nada, lo que era el amor al trabajo que le teníamos. Empezaron a hacer mezclilla después, pero a mí ya no me tocó, todas salían pintadas de azul con la mezclilla, y luego empezaron a vender manta a los trabajadores y comprábamos manta también. El reloj lo trabajaba el papá de mi hija, Aurelio Hurtado. Él era el encargado del reloj, pero tenía a su tío Tanis Carrillo y los dos trabajaban ahí en el reloj. El reloj todo el tiempo trabajó, se oía todo Bellavista, todo Bellavista. Cuando teníamos los babies, nos daban un mes en la casa, y nos daban poquito dinero, pero sí nos ayudaban. Luego ya después nos daban permiso de que fuéramos a dar pecho ahí al salón, era un cuarto especial para dar pecho. Ahí nos juntábamos las que teníamos babies de esa edad. El tiempo que durábamos ahí dependía de uno, como estábamos trabajando, a la carrera a dar pecho y retirar a la criatura, pos ya qué hacía uno. El día de San Juan hacíamos agua fresca, botes de agua fresca de agua de chía, jamaica y veníamos muy bañadas a trabajar, porque se usaba que se bañara uno en la mañanita muy temprano, de modo que todas las compañeras salíamos bañadas, muy guapas, nos poníamos lo que nos poníamos para arreglarnos, nunca fuimos dejadas, toda la gente decía “bonita familia en Bellavista, bonitas muchachas, para muchachas bonitas en Bellavista”. Era muy nombrado Bellavista. Luego en la fábrica se dividieron los trabajadores, los empleados se dividieron, había Víboras y Zopilotes, yo pertenecía a un grupo y mis amigas, mis compañeras pertenecían a otro, pero no perdimos la amistad ni nunca me dijeron nada ni yo a ellas, pero era un pleito que había pero grande, grande el disgusto. Cuando se acabó la fábrica, le pesó a todo mundo, toda la gente llorábamos, porque nos pesaba lo que estaba pasando. Se acabó todo, se quedó Bellavista solo, era una tristeza, ese era un pesar muy grande, muy grande. Toda la gente nos fuimos, nos salimos del pueblo, unos a Santiago, otros a Tuxpan, otros aquí alrededor, otros se fueron retirados, para allá pal norte, toda la gente nos desbaratamos, se quedaron las casas solas de Bellavista, todos se fueron a buscar trabajo. Pensé irme para Estados Unidos. Me fui ya grande de edad, tenía algunos veintiocho años, y dejé a mis hijas chiquitas. Cuando ya me fui, como dice el dicho pues era mojadita, trabajé en lo que pude, en la pisca, en el campo, después entré a una fábrica empacadora de durazno y jitomate y después ya me quedé en una casa cuidando a una niña recién nacida, ellos fueron los que me emigraron, pero a mi Bellavista no la olvido por nada, todos los compañeros regados, pero nunca nos olvidamos. A mis cien años, que cumplo mañana, recuerdo todo como si fuera ayer.”

Asunción Sandoval, 100 años
Obrera en Bellavista
Ella es #nayaritadelcentenario

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