Tepic, Nayarit, viernes 29 de marzo de 2024

Lección de vida y aprendizaje

23 de Mayo de 2019

A Salvador Mancillas Rentería correspondió hacer la presentación del libro Periodistas de Nayarit en los términos siguientes:

La historia no es lineal. Prueba de ello es la historia del periodismo en Nayarit, que se deja entrever ─en trazos vigorosos─ a través de estas cinco entrevistas, realizadas por Oscar González Bonilla.

Oscar es de los pocos que han transitado por los diversos medios electrónicos e impresos, a los que hay que añadir a últimas fechas la Internet, por su columna Nayarit Altivo. Domina todos los lenguajes de la comunicación.

Sobreviviente heroico de la pasión por escribir, informar y defender el derecho a la libertad de expresión, Oscar González Bonilla pertenece a la misma estirpe de sus entrevistados, cuyas biografías son aleccionadoras: Pepe Reyna, Rogelio Zúñiga, Pancho Angulo, Emilio Valdez Hernández y, desde luego, su queridísimo compadre Paco Ocampo Mondragón.

Ellos, junto con otros personajes inolvidables nombrados a lo largo del libro ─como el hermano de Pepe, el periodista de elegante y ágil escritura Andrés González Reyna─ han forjado, pues, con temple de acero la historia y las bases del periodismo moderno en Nayarit.

Así, el libro “periodistas de Nayarit”, es algo más que una suma de semblanzas personales. Es una lección de vida y de aprendizaje todavía abierto, que invita a leer las cifras del futuro de nuestra sociedad en estos tiempos de incertidumbre, ─donde la existencia de medios tecnológicamente sofisticados no garantiza, sin embargo, la comunicación y el flujo unívoco de información.

Con estos reporteros, auténticos hijos de la calle, ─pero de ruda voz pública y conciencia aguda─, la cuestión de la verdad es siempre un asunto enteramente nuevo, es decir, un asunto de noticia, de novedad, de historias contadas con capacidad de infundir energía a la c0munidad, para renovar siempre sus fundamentos ahí donde estos se vuelven socialmente asfixiantes.

Gracias a la obra de estos periodistas, poco valorados por las nuevas generaciones, el periodismo es la mayor prueba cultural de que la verdad no es únicamente una cuestión lógica o meramente mental, sino, ─como sostienen los grandes hermeneutas─, la verdad es un acontecer; es decir, es un acontecimiento que involucra a la totalidad de la existencia, al grado de exponer y ligar al ser humano a un mundo del que es imposible sustraerse hasta la llegada de la muerte.

El libro de Oscar canta esta verdad en todas partes: en la alegría de Pepe Reyna al colocar noticias de cobertura nacional, como lo fue la primicia de la nacionalización de la empresa Tabaco en rama, adelantándose a los poderosos periódicos de la ciudad de México; pero también trasparece en sus angustias existenciales, al sentirse superado (a mi juicio injustificadamente) por las nuevas generaciones de reporteros que llegaron, en su tiempo, empujando fuerte.

Se capta igual en la rebeldía de Paco Ocampo Mondragón, que experimentó dolorosamente sus intentos de conciliar dos actividades casi siempre opuestas, el periodismo y la política; (opuestas, porque en nuestro sistema, el periodismo se interesa en comunicar información; y la política, en ocultarla). La lucha por la democracia tiene que ver con la idea de que esta contradicción ya no se dé.

Se evocan también las dramáticas frustraciones del inolvidable Pancho Angulo, hombre de excepcional talento, literato y maestro de oratoria de altos vuelos, que sucumbió irremediablemente ante los poderes establecidos y a sus enfermedades mortales.

El entrañable y recordado Pancho Angulo, el tartamudo que recuperaba la fluidez y sonoridad verbal al empuñar un micrófono, impresiona por la forma de encarar al gobernador Roberto Gómez Reyes, ante el presidente Luis Echeverría Álvarez, en una célebre, viril y contundente denuncia de corrupción. Este es un pasaje del libro de Oscar que me hizo imaginar, de forma inesperada, a un Prometeo encadenado por la osadía de robar el fuego de Zeus.

Pero por debajo de este torrente de vida forjadora, se hace patente, además, la conmoción por los desfases históricos y las desventajas ancestrales respecto a otras latitudes, de nuestra sociedad.

Experimenté una mezcla de compasión y ternura el percatarme de los esfuerzos osados de un puñado de seres humanos ─muy jóvenes en su momento, la mayoría veinteañeros─ por sentar las bases del periodismo en Nayarit.

Sus mentalidades progresistas, (algunos de ellos, como Emilio Valdez, su hermano Manuel y el propio Pancho Angulo, educados en un exigente marxismo programático), debían apoyarse en tecnología ya superada para editar sus páginas.

En pleno siglo XX, cuando la modernización tecnológica había comenzado su ascenso desbordado en el mundo, aquí en Nayarit el periodismo debía formar sus periódicos con tecnología de los tiempos de Gutenberg, de tipos movibles.

Para nuestros maestros periodistas era un exceso de codicia añorar una prensa tabloide Heidelberg recién importada de Alemania, como la que impresionó a Rogelio Zúñiga en los talleres de Marcelo Verduzco, propietario de El Exacto, donde el uso de dos soberbios linotipos representaba, de por sí, un exceso tecnológico, en los ya lejanos años sesenta.

La apoteosis de la modernidad llegaría a tarde a los talleres de impresión de Tepic, con los arranques emprendedores de Jesús el “loco” Becerra, ─otro ícono del periodismo local, famoso por sus anécdotas de empistolado─ quien arrumbaría el viejo sistema caliente (el de los tóxicos lingotes de plomo) para instalar una moderna rotativa italiana con cabezas de color y capacidad de impresión de cinco mil ejemplares por hora. Dicho sea de paso, esto también significaba una exageración, pues excedía a la población lectora de Nayarit.

Si acaso el Diario del Pacífico, a mediados de los setenta, llegaría a vender cinco mil ejemplares diarios y autofinanciarse con cierta comodidad, gracias a la habilidad de mantener el interés de los lectores. La vieja tecnología no fue limitante para la realización de tal hazaña.

Ese es otro de los aprendizajes que se desprende de la lectura del libro. Si bien, como decía McLuhan, el medio de comunicación es el mensaje, el buen periodismo no depende necesariamente de la tecnología. Hay muchas pistas para entender lo que dice McLuhan: gracias al telégrafo, en el siglo dieciocho, la noticia tuvo que estructurar sus textos mediante la pirámide invertida; la radio noticiosa, que irrumpió en Nayarit de la mano de Rogelio Zúñiga y Oscar González Bonilla, también impuso una estructura especial al texto informativo: lo hizo depender aún más del cabeceo y de la percha, pero también de la intimidad de la voz humana. En tanto, la televisión mediatiza la información a través de la imagen, la subjetividad del presentador y hasta de las connotaciones que se desprenden del gesto.

En la actualidad, por determinación imperiosa de la Internet, hay una tendencia a la pulverización de la pirámide invertida, en la que se formaron millones de periodistas en el mundo a lo largo de varios siglos, pues los comunicadores de hoy buscan la forma de mandarla al diablo. Hoy es un momento crucial porque nos cuesta leer los signos de estas transiciones revolucionarias en la que nos encontramos. Por eso es necesario acudir a la sabiduría de quienes nos anteceden, a la experiencia de quienes han enfrentado monstruos para mostrar una chispa de verdad del mundo que les ha tocado vivir; es tiempo de dar las gracias y hacer, con ello, un sencillo homenaje a personalidades como Oscar González Bonilla.

Pero también, es momento de respetar más a esos personajes extraordinarios del periodismo sobre los que Oscar escribe en este libro: gracias a Pepe Reyna, a Emilio Valdez y a Rogelio Zúñiga por ser lo que son; y gracias a Pancho Angulo y a Paco Ocampo, por haber sido lo que fueron y representan hoy.


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