Cómo será la relación México-USA con el triunfo de AMLO
Octavio Camelo Romero
17 de Julio de 2018
Tras la jornada electoral plagada de propuestas y esperanzas, y en el marco de la pendiente calificación de Andrés Manuel López Obrador como presidente electo por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, resulta interesante reflexionar sobre los posibles caminos a seguir para garantizar el respeto a la voluntad popular, para hacer efectiva la participación de la ciudadanía en los procesos de decisión política transcendental, para conseguir el crecimiento con desarrollo del país, para convertir el gobierno y el Estado mexicano de corrupto a honesto y para transformar la violencia social en una paz duradera.
Teniendo en consideración que las revoluciones políticas son sacudimientos político-económicos de una clase social para liberarse de la opresión y dominación de otra clase, resulta natural que el proceso de toda revolución socio-política nos indica la necesidad que hay después de haber destruido el Poder, de crear uno Nuevo, de crear un Estado y un gobierno que derive su Poder, no de la fuerza destruida, sino de la fuerza destructora. Por eso es relevante la interrogante: ¿La elección del primero de julio del 2018 corresponde a una revolución o a un reformismo del capitalismo mexicano?
La revolución política implica transformaciones tanto del Estado como de las formas de hacer política, transforma la vida económica, la vida jurídica, la vida ideológico-cultural así como las relaciones sociales. Lo que hemos vivido después del primero de julio del 2018 ¿Nos garantiza éstas modificaciones?
De manera natural surgen varias interrogantes: ¿Cómo gobernar la desigualdad socio-económica de empresarios y asalariados? ¿Cómo gobernar la pluralidad de nacionalidades que van desde las etnias, mestizos, nacionales y extranjeros? ¿Cómo gobernar la diversidad de intereses tanto nacionales como extranjeros?
La gobernabilidad democrática en México debe reconocer el voto mayoritario de la ciudadanía, el voto mayoritario en dos sentidos, pues voto más del 60 por ciento de los electores y Andrés Manuel López Obrador obtuvo más del 53 por ciento de los votos emitidos.
Dentro de todo este marco se inscribe la relación entre México y Estados Unidos de América. Desde luego que no es una relación fácil, pues desde bastante tiempo atrás la economía norteamericana determinó a nuestro país como mercado estratégico de sus productos industriales y de su producción agropecuaria. A esa vieja caracterización hay que anexarle la entrega de la economía mexicana a los capitales transnacionales de USA y de Canadá que desde la presidencia de Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto se vino y se ha venido haciendo.
Incuestionablemente que la visita de cortesía de funcionarios norteamericanos de alto nivel como Michael Pompeo, secretario de Estado; Steven Mnuchin, secretario del Tesoro; Kirstjen Nielsen, titular del Departamento de Seguridad Nacional, y Jared Kushner, yerno del presidente Trump y asesor de la Casa Blanca, muestra la inmediata revaluación de México gracias a la inminencia de un gobierno fuerte, plenamente legitimado por la contundencia de su triunfo en las urnas. El gobierno de AMLO no requerirá la anuencia ni la validación de actores externos para afianzarse. Sin embargo, no se puede ignorar la dependencia de la economía nacional de la economía norteamericana. Por eso sigue en pie la pregunta: ¿Cómo será la relación entre México y USA en el futuro inmediato? En fin.
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