Tepic, Nayarit, lunes 18 de marzo de 2024

Chisgarabís

Oscar González Bonilla

11 de Octubre de 2017

La siguiente versión comentó el vate Octavio Campa Bonilla en charla de sobremesa en una fonda chiquita que parecía restaurante de Tepic, en donde comimos dos amigos, él y su servidor.

Era el tiempo cuando Campa Bonilla estudiaba en la normal rural del Mexe, Estado de Hidalgo.

Vivía en un cuarto de reducido espacio en compañía de estudiante que identificó como Meléndrez, quien escaso de visión utilizaba lentes con fondo de botella (dijo culo de botella, pero suprimo este tipo de expresión que por experiencia sé lastima castos oídos, aunque haya quienes solo esos orificios tienen intactos).

Ambos estudiosos dormían en una litera.

Una de tantas noches, Octavio Campa Bonilla observó que Meléndrez de repente despertó de sueño profundo. De inmediato se dirigió a sus lentes con vidrios de fondo de botella y se los colocó en el adecuado sitio de su cara.

De inmediato se tiró a dormir de nueva cuenta.

A la mañana siguiente, Campa Bonilla le pregunta a su compañero Meléndrez la razón del por qué se puso los lentes y enseguida se acostó.

Le contestó: Es que estaba soñando a una vieja bien buena, pero no la veía.

TIRAR A MATAR

Es este un cuento corto que leí en el libro titulado Destapes de la autoría de Rafael Loret de Mola que Ulises A. Rodríguez me hizo el grandísimo favor de prestar.

Hay les va:

Pasaba un hombre, todos los días, por el manicomio. Y, desde una ventana, un loquillo le acechaba sin descanso.

Cada vez que lo veía, hacía como que tenía un arma y la disparaba contra el transeúnte: “Bang, bang…”, gritaba a todo pulmón.

Así siempre…hasta que el hombre cuerdo se cansó. Una mañana, éste, un poco de mal humor, no pudo contenerse cuando vio al loco asomado a su ventana.

Entonces, tomó entre las manos una imaginaria metralleta y le “disparó”: “rajatatatata”, exclamó con gran volumen. Ante su sorpresa, el loco se llevó las manos al cuerpo, a la cara, y, sintiéndose herido, se arrojó a la banqueta de la calle.

El cuerdo, entonces, angustiado, corrió a auxiliarlo; el loco agonizaba sobre la acera. El cuerdo, nervioso, le preguntó: “¿Por qué me has hecho eso? Yo sólo respondí a tu juego”. Y el loco le contestó: “Hermano, yo te balaceaba… ¡pero jamás te tiré a matar!”.

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