Las aguas, en apariencia, se han tranquilizado: en las dos semanas recientes, el presidente Trump se ha olvidado de México, su villano favorito. En su reciente comparecencia ante el Congreso se mostró cauteloso y hasta moderado. ¿Son signos de cambios en la política de la Casa Blanca? Suponer tal hipótesis es aventurarse por los caminos de la ingenuidad. No; el rumbo está trazado y es iluso esperar cambios en la actitud de Washington. No solo se trata de compromisos de la contienda electoral, sino de un sentimiento de superioridad sembrado en el alma de millones de estadounidenses por el señor Trump quien le dio carta de naturalización a la misión xenofóbica de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes).
Ha renacido la actitud agresivamente discriminatoria hacia los mexicanos, más severa a la que presencié hace muchos años durante mi primer visita a una ciudad estadounidense –Laredo, Tex.—y leí en algunos restaurantes un letrero escrito en español: “No se admiten ni perros ni mexicanos”. Si bien, con los años, las fobias racistas fueron contenidas gracias a las leyes de derechos civiles promulgadas en la época de Kennedy, los sentimientos xenofóbicos simplemente se apaciguaron, pero no fueron desprendidos del alma de los estadounidenses blancos. Ahora han renacido con el vigor y odios llevados a extremos de exterminio, propio de toda campaña racista. Este es el saldo trascendente de la jornada electoral.
En 1996, el politólogo norteamericano Samuel P. Huntington, escribió un polémico libro intitulado “El choque de Civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” en el que anticipaba los conflictos entre Estados Unidos y otros países, principalmente con las economías del Tercer Mundo. Años después escribió otra obra todavía más polémica: “Quienes somos; los desafíos a la identidad nacional norteamericana”, en el que solemniza los atributos de la sociedad original estadounidense: blanca, anglosajona y protestante. El libro alerta al pueblo norteamericano sobre un riesgo: debido a las diferentes tasas de fertilidad entre anglosajones y los latinoamericanos, negros y asiáticos, el predominio blanco se está perdiendo y lo está adquiriendo la gente de color. Y ofreció un ejemplo ramplón. Al asistir a un partido de fútbol-soccer entre las selecciones de México y Estados Unidos, presenció un espectáculo inadmisible para su condición de ciudadano estadounidense: la inmensa mayoría de los aficionados asistentes al partido apoyaban a la selección mexicana a pesar de que el evento se realizaba en un estadio de la Unión Americana. Jamás se detuvo a valorar el papel de los gigantescos negocios entramados en los partidos de soccer.
Mi talentoso amigo, el Doctor Javier Castellanos, me envió el extracto de una entrevista realizada por el periodista mexicano-norteamericano Jorge Ramos al activista Jared Taylor, editor de la Revista American Rennaissance (Renacimiento americano). Es una expresión nítida de la opinión de un grupo social apegado al concepto de la superioridad de la raza blanca, altamente influyente en el actual gobierno encabezado por el señor Trump. He aquí algunos de sus ideas: “Sin lugar a dudas, la blanca es la raza superior y a ella pertenecieron los fundadores de nuestra nación; los norteamericanos no podemos mantenernos indiferentes ante la presencia de otras razas radicadas en nuestro territorio que nos han venido desplazando de nuestros trabajos, desdibujando nuestra cultura y arrebatándonos el poder; el concepto de igualdad de todos los seres humanos contemplado en la Declaración de Independencia de Estados Unidos es una estupidez; es preciso que los extranjeros retornen a su país y no nos generen más problemas porque no queremos gallineros en nuestros traspatios ni gallos que nos despierten a las tres de la mañana”. Son palabras ilustrativas del sentimiento xenofóbico imperante en la Casa Blanca. Es apenas el principio de una campaña de hostigamiento sistemático que puede llegar a extremos que todos lamentaremos, en un país gobernado por personas comprometidas con la defensa de los derechos humanos.
No se trata sólo de la renegociación del TLCAN o de la renovación de los mecanismos de cooperación para luchar contra el tráfico de drogas y de armas; se trata de la xenofobia enarbolada por el presidente Trump y sus seguidores, esa pasión insana sembrada en el fondo de sus almas. Es una realidad geopolítica con la que habremos a aprender a convivir y sobrevivir como nación independiente. No es un reto para los políticos maniobreros de baja estofa, sino una delicada tarea reservada a estadistas. ¿Los tenemos?
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