Tepic, Nayarit, jueves 28 de marzo de 2024

El borracho y su fantasiosa historia

Lorena Orozco

25 de Febrero de 2016

Llegó diciendo que venía de Tijuana, que lo habían deportado los gringos, que se llamaba Héctor y que necesitaba trabajo; don Beto tenía un puesto de jugos, pero no le interesó como ayudante, y se lo dijo, pero al paso de los días insistió, por lo que se podría decir que se sintió comprometido a asignarle algunas labores para que el hombre se sintiera útil.

La clientela de don Beto empezamos a ver al individuo aquel, que por cierto apodó como “El Tijuana”, le regaló ropa, le permitió entrar a su casa a bañarse, le daba comida y algún dinero, y hasta le consiguió “hospedaje” en un lote de carros de un amigo suyo.

¿Y tu familia? Le preguntó don Beto;  no tengo, solamente cuento con mi mamá, que vive en Tijuana, pero me da pena regresar así todo derrotado a la casa, por eso quiero juntar dinero para el boleto, y recuperarme un poco para que ella no se sienta triste al verme.

-Pero mujer, hijos, a alguien más has de tener…  

Pues sí tengo, pero hace mucho que no hay contacto ni con los hijos, ni con las mujeres que son sus madres, estoy solo en la vida, decía.

Algunos amigos de don Beto le recomendaban que se deshiciera de él, que no sabía que mañas tenía, que la historia que contaba seguro no era cierta, que si lo habían aventado del gabacho a Tijuana, lo más lógico sería que llegara a su casa, con su madre, en lugar de estar en Tepic, muy lejos de aquella tierra, y otras cosas que lo ponían pensativo.

Otros le decían que hiciera el bien sin mirar a quién. Como buena persona que es don Beto se lanzó en una cruzada para salvar al “Tijuana”, y hasta mujer le quiso conseguir, quien quita y saliera por ahí alguna dama que se interesara en él.

El hombre era moreno, de buena estatura, peso medio, y no estaba tan pior, de mediana edad, pelo con algunas canas, aunque noté que se sentía todo un galán, pues decía que había tenido mujeres muy hermosas en su vida, yo la verdad, le creí.

Don Beto andaba Feliz, porque había una mujer interesada en el “deportado”, pero la cosa no cuajó, pues el hombre estuvo dispuesto a cenar, a pasar la noche con la susodicha, pero lo que no le gustó fue que le dijo que necesitaba dinero, y ahí el otro pensó que él también necesitaba lo mismo, y con más urgencia que ella, pues él ni casa tenía.

Así es que se dieron cuenta que no podían ser uno la media naranja del otro, pues en realidad lo que “El Tijuana” andaba buscando era un amor incondicional, mientras que ella andaba buscando un hombre que le atorara al compromiso y le ayudara a sostener la casa.

Se acercaba la navidad, pues el Tijuana había llegado con don Beto en el último trimestre del año, y como que le agarró la nostalgia (a don Beto), y le insistía para que por lo menos le hiciera una llamada a su mamá, a sus hijos, y hasta se ofreció a comprarle una tarjeta o ya de plano hacer una colecta para el pasaje.

El otro no se emocionaba, decía que ya llegaría el tiempo, que todavía no estaba preparado para presentarse con su gente, pero don Beto insistía que por lo menos llamara, que esa temporada del año no era para pasarla lejos de los seres queridos, y muchos otros argumentos, pero no había poder humano que lo hiciera cambiar de opinión.

La presión fue mucha, y por fin con unas copas entre pecho y espalda (o ponches), “El Tijuana” confesó: Su mamá vivía a tan sólo unas cuadras de donde tenía su puesto don Beto, pues el changarro estaba por la avenida México junto a Ley Mololoa, y la progenitora del deportado, vivía antes de llegar al puente.

Don Beto lo llevó a la casa, y el otro fingiendo vergüenza, se presentó delante de su madre, la abrazó, le pidió perdón, y llorando le prometió que ya se iba a portar bien, el cuadro fue conmovedor, no cabe duda; pero esa promesa que le hizo esa noche, se la había hecho muchas veces a lo largo de su vida, pues la señora confesó que había pensado que su hijo estaba en un centro de rehabilitación y  que él, por su propia voluntad, se había internado, pues había caído tan bajo que pertenecía al “escuadrón de la muerte”, el grupo de alcohólicos conocido con ese nombre.

“El Tijuana” se quedó en su casa, y don Beto se sentía feliz, pues había logrado reunir a esa familia, no importando la farsa que el otro montó, y con el paso de los días “El deportado” volvió a su antigua vida, pues me contaron que lo veían con los del escuadrón otra vez andrajoso y perdido en el alcohol.   
 

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