Tepic, Nayarit, jueves 25 de abril de 2024

México merece un destino mejor

Manuel Aguilera Gómez

08 de diciembre de 2015

“Gobernar a los mexicanos es más difícil que arrear guajolotes a caballo” es una sentencia atribuida al Presidente Porfirio Díaz.  Si bien, a principios del siglo XX gobernar un país de 15 millones de habitantes, conectado parcialmente por una extensa red ferroviaria y telegráfica,  entrañaba una gran complejidad, es fácil imaginar la dificultad de conducir políticamente a una nación de 122 millones seres humanos en la actualidad. Esa fue la formidable responsabilidad confiada al Lic. Enrique Peña Nieto hace tres años.

Tras doce años de desorden y desconcierto durante los gobiernos de Fox y Calderón, la elección de Peña Nieto despertó grandes expectativas: nacía la esperanza de que el país sería reconducido por senderos de prosperidad económica y serenidad social. Hacia su aparición “El Momento de México” según las revistas internacionales. ¿Que ocurrió?  

De acuerdo con el periódico Reforma, al concluir sus primeros tres años de gobierno, el presidente actual goza del menor respaldo popular en comparación con el primer trienio de sus predecesores: Zedillo, Fox y Calderón, pese a que la evolución económica del país ha mejorado respecto a los primeros tres años de sus antecesores. Durante el primer trienio del gobierno de Zedillo, afectado por el “error de diciembre”, el PIB creció a una tasa anual promedio del 1%; con Fox aumentó a tasa anual menor al 1% y con Calderón, por el efecto de la crisis financiera mundial de 2008, se contrajo a un ritmo del medio porciento anual. Por contraste, en los tres primeros años de Peña, la economía creció a un ritmo medio anual de alrededor del 2%, superior al registrado durante las anteriores administraciones pero inferior al comprometido en su toma de posesión. El actual gobierno ha proclamado otros aciertos como la increíble estabilidad de precios ( a pesar de la devaluación del peso frente al dólar), la modesta reducción del costo de la electricidad (a costa de duplicar las pérdidas de la CFE), más empleos registrados en el IMSS  (aumento de los asalariados con remuneraciones de 1 y 2 salarios mínimos pero descenso de los ocupados con remuneraciones mayores de 5 salarios mínimos), 5.7 millones de adultos mayores con pensión, 23 mil escuelas primarias de tiempo completo, abaratamiento de las tarifas telefónicas de larga distancia y 46 nuevas carreteras. Son realizaciones pero los planes contra la pobreza evidencian su fracaso, la percepción social sobre la inseguridad persiste, el abandono del campo nos ha colocado como el segundo importador de granos alimenticios en el mundo y la corrupción tiene dimensiones rampantes.

El gobierno ha centrado sus expectativas en el presunto impacto bienaventurado de las llamadas reformas estructurales. La educativa, la más generosa, está entrampada a causa de la incapacidad política para instrumentarla; la electoral es una atrocidad cuyas consecuencias reeleccionistas las vamos a comenzar a padecer en 2018; y la energética es una ilusión porque la desnacionalización, lejos de producir efectos milagrosos postulados por los sectores reaccionarios del país, nos está colocando en una situación de creciente vulnerabilidad y lleva a la ruina a la empresa más importante del país.

El telón de fondo de la realidad imperante radica en que se pretende conducir a un país de las dimensiones del nuestro mediante el uso y abuso de los medios informativos, en particular, los electrónicos. ¡Aparentar es gobernar!

A México se le debe gobernar con la política, entendida como el manejo de las instituciones para conseguir el consenso de los gobernados; pretender regirlo a espaldas de los gobernados y alejado de sus tradiciones patrióticas es entrar al mundo de las apariencias, caer en la seducción de los autoengaños.

Si se pretende abatir la mala percepción hacia el gobierno es preciso apelar a una norma fundamental: apegado al texto y espíritu de las leyes, el Presidente debe decidirse a gobernar a este país generoso, sin sujeción a las engañosas y quiméricas sugerencias de la tecnocracia financiera o de los poderes fácticos movidos irrenunciablemente por sus inclinaciones extranjerizantes, al tiempo que debe evitar, con energía ejemplar, que las instancias públicas sean utilizadas para el enriquecimiento personal o familiar.

México es un gran país y merece un destino mejor.

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