El mejor veterinario
Ulises Rodríguez
25 de noviembre de 2015
Eran los primeros meses del 2010, yo conducía mi vieja explorer color arena acompañado de mi mamá y de mi perrita Spoonky, una criolla de 6 años que llevaba una semana sin querer comer y que adelgazó de manera dramática, cuando Spoonky nos veía con sus ojos cafés, entendíamos que la vida se le escapaba a cada momento. Desesperados, mi madre y yo recorrimos a cuanto veterinario nos habían recomendado y Spoonky no sólo no presentaba mejoría alguna, sino que además, empeoraba.
-Vámonos a casa, no tiene caso cansarla más, hay que estar con ella hasta que le llegue el fin, pero que le llegue en su casa- me dijo mi mamá, con llanto producto de la resignación.
A punto de doblar por la calle Allende, cerca de la Alameda, recordé a un veterinario de apellido raro al que unos amigos, el brillante articulista Enrique Hernández Quintero y su esposa, Melissa Hernández, hacían referencia como el “mejor veterinario”. Con Enrique y Melissa, ambos activistas y rescatistas de perritos en situaciones de abandono, había coincidido en varios rescates y justo días antes, habían hecho la afirmación a que me refiero sobre ese veterinario. En la desesperación, le mandé un mensaje a Melissa, solicitándole el contacto de ese médico de apellido raro al que tanto elogiaban, mismo que me facilitó con una rapidez que siempre se agradece en esos momentos.
Apenas tuve su número telefónico, le llamé al médico Dibildox, pidiéndole una cita de urgencia para Spoonky… por la cercanía a la nos encontrábamos de su consultorio, en menos de 10 minutos estábamos allí.
Con la barba más peculiar que hubiera visto antes, sosteniendo un cigarro en la mano derecha y una coca cola en la izquierda, atento y con solicitud, el médico Miguel Dibildox me pidió pasar a Spoonky, a quien yo llevaba en brazos, hasta la plancha metálica donde examinaba a sus pacientes. Iba tan débil mi perrita, que por un momento pensé que ya no tenía vida, salvo por el leve parpadeo de sus ojitos.
Después de hacerle un expediente y de revisarla minuciosamente, ataviado ahora con una bata estampada con figuras de animalitos –que me hizo dudar de su seriedad, en un arrebato de ignorancia de mi parte- el médico diagnosticó a Spoonky con gastritis y nos dio medicamento para el fin de semana. Sin mucha fe, regresamos a casa resignados a que Spoonky vivía ya sus últimas horas. Esa misma noche, mi perrita nos dio la sorpresa de ponerse de pie y acercarse a la cocina para pedir de comer. Desde entonces, a Miguel Dibildox, le tenemos la confianza que se le tiene a un santo patrón de los casos difíciles, cuando se trata de la salud de alguna de nuestras mascotas.
No sólo eso. A poco de tratarnos cada vez que lo visitaba con un nuevo paciente, supe que el veterinario era militante panista igual que yo y que ambos compartíamos ideales bien definidos. A la fecha disfruto mucho las conversaciones con el Dr. Dibildox cuando la angustia con la que casi siempre llevo a mis mascotas nos lo permite. Me deleitaba siempre con sus anécdotas del cuando era niño y junto con sus padres, el ex diputado Miguel Dibildox Morfín y la señora Socorro del Valle, el primero, un hombre recto que ha sabido llevar a la práctica cotidiana la doctrina del partido y la segunda, una encantadora señora que en su historia de activismo político le tocó enfrentar alguna vez como candidata del PAN a senadora, al mismísimo cacique político Emilio M. González, en los tiempos en que las luchas no eran por el poder sino por ganar terreno para los ideales.
Al paso de los años, la estimación que llegué a tenerle a Miguel Dibildox del Valle, no sólo como el extraordinario médico veterinario que es –yo, que desarrollé una bien ganada animadversión hacía los médicos y jamás permito, desde hace años, que me trate galeno alguno, he llegado a afirmar, parte en broma, parte en serio, que el único médico al que permitiría tratarme es a Miguel Dibildox- sino como ser humano, solidario, honesto, generoso, inteligente. Una más de nuestras coincidencias es el gusto por la coca cola, misma que disfrutábamos sentados en su escritorio esperando a que algún medicamento surtiera efecto en una de mis mascotas, platicando sobre política, sobre historia, sobre cualquier tema.
Para la fecha en que se publique lo presente, ya habrán transcurrido algunos días de que mi amigo Miguel Dibildox haya cumplido un año más de vida, sin embargo, no se me ocurrió mejor forma de felicitarlo y de honrar nuestra amistad, que redactando este modesto homenaje escrito a mi amigo.
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