Un recuerdo de Ramón Lomelí Belloso
Ulises Rodríguez
28 de mayo de 2015
Hace días, acudí por cuestiones de trabajo a la Oficialía Mayor del congreso del estado, que atinadamente dirige la maestra en Administración Gabriela Rivas Álvarez. Me atendió su secretaria, una amable y sonriente señora que se llama Ana María Téllez y quien cerca de su escritorio, uno de esos periódicos que reparten en las distintas dependencias públicas, se trataba de un ejemplar de “GREMIO”, periódico que edita el SUTSEM. De primer momento, no me llamó la atención aquel diario, pero conforme pasaban los minutos y seguía la espera –la contadora Gaby, como se le conoce, estaba atendiendo a un par de diputados-, comencé a prestarle atención. En primer plano, sobresalía una fotografía de la señora Águeda Galicia Jiménez, actual dirigente del sindicato y alrededor de su foto, las del resto de dirigentes. Un nombre me llamó la atención, el de Ramón Lomelí Belloso.
Vino a mi mente entonces un recuerdo, que me tomo la libertad de compartir a través de éstas letras. Debió haber corrido el mes de abril del 2005, hace diez años, cuando yo hacía mi servicio social en el juzgado primero de lo civil, bajo las órdenes de la Lic. Alejandra Gutiérrez Yépiz y de la juez, Lic. Lourdes Barrón Elías, ambas, mujeres ejemplares por su honestidad y empeño a la hora de realizar sus funciones. Yo auxiliaba llevando notificaciones y de no ser por el calor abrazador del mediodía, habría sido el trabajo perfecto para alguien que, como yo, disfruta caminar y escuchar música mientras transita por la ciudad. Un buen día, en la ruta que me armaba la “seño Alejandra” –como le digo hasta ahora a mi amiga y entonces jefa-, había una notificación para llevarla por la calle Veracruz, antes de salir a la Avenida Insurgentes, por estar cerca del juzgado, la dejé para el último. Fui a llevar las notificaciones más lejanas primero y al cabo de algunas horas, por fin llegó la hora de llevar la notificació
n mencionada, que era para Ramón Lomelí.
Cansado, con sed y bañado en sudor, llegué a la oficina cuyo domicilio estaba estampado en mi cédula de notificación. Era una oficina modesta, no un despacho suntuoso, había dos escritorios viejos, uno ubicado lateralmente a la puerta de entrada y otro metros adelante, al fondo de la oficina.
-¿Se encuentra Ramón Lomelí?- pregunté después de saludar al anciano que me atendió.
¿Cuál de los dos?- fue la respuesta del señor, de cabello cano y con vestigios de haber sido alguna vez ondulado- lo que pasa es que mi hijo y yo, nos llamamos igual.
Desde la puerta, le extendí el documento y al revisar el nombre del destinatario, advirtió que era para su hijo. Me invitó a pasar y a sentarme un momento, en lo que me firmaba de recibido, ambos pasamos al escritorio que estaba más al fondo. Mientras el amable señor me firmaba, con lentitud y dificultad para ver bien, pude observar una serie de fotografías que captaron de inmediato mi atención: Había fotos del presidente Adolfo López Mateos con un grupo de personas, había fotos del Dr. Julián Gascón Mercado –de rasgos inconfundibles- en la época en la que fue gobernador, había algunas más con otros personajes que sin duda fueron importantes en aquella época, pero que no alcancé a distinguir hace diez años. Una fotografía, en particular, me atrajo, la de un grupo reducido de personas sentados de frente a una mesa y colgando a sus espaldas, una pintura de Benito Juárez.
-Oiga, ¿le puedo hacer una pregunta?- le dije con franca curiosidad a don Ramón, que ya había firmado la notificación y que leía, con calma, el documento.
-Por supuesto.
-¿También usted admira al doctor Gascón y a López Mateos?- le pregunté inocentemente.
Me miró un instante, quizá reflexionó, haciendo un breve esfuerzo se levantó de la silla y me invitó a acercarme donde él. Una a una, en las fotos, me fue señalando a los personajes que rodeaban al Dr. Gascón y al presidente López Mateos, en alguna, me parece recordar que aparecía también Gustavo Díaz Ordaz. En todas las fotos, estaba él mismo… mi sorpresa fue mayúscula al entender que no sólo los admiraba, sino que los había conocido, a unos más a otros menos, pero a todos los pudo saludar al menos una vez.
Llegado a este punto, quiero hacer notar que don Ramón Lomelí Belloso me hablaba de manera pausada, sobria, con la sabiduría de quienes no se conforman con estudiar filosofía sino que viven con filosofía. En ningún momento advertí en aquel anciano, egocentrismo, ni soberbia, mucho menos presunción. Hablaba y me enseñaba con la paciencia del maestro que enseña al alumno curioso.
Le pregunté sobre la foto que estaba a espaldas de su sillón, la del grupo de personas frente a la mesa y me sorprendió su respuesta aún más que las anteriores: es cuando fui diputado –me dijo- de la décimo cuarta legislatura.
-¿Qué se siente ser diputado, don Ramón?- le pregunté a bocajarro, impulsado por la curiosidad de quien en aquellos años soñaba con algún día ser legislador y que veía la política, la historia, con un halo de misticismo y solemnidad. Allí estaba don Ramón, una mezcla de ambas cosas, de historia, de política, sentado frente a mí.
-Es un honor, fue el honor más grande de mi vida- me respondió lleno de seguridad.
La siguiente hora, la pasamos platicando sobre aquella etapa de la historia de Nayarit y de México. En algún momento de la conversación, me preguntó mi edad, después de responderle que iba a cumplir 16 años, me dijo que se le hacía raro que conociera esos aspectos de la historia. Le conté la verdad, era aficionado a la historia, a la lectura y a la política, entendía mucho de lo que hablaba gracias a que había leído un libro de Alejandro Gascón Mercado, “Por las veredas del tiempo”, que desde aquellos años se ha convertido en una especie de almanaque para mí y que, don Ramón, no había leído.
Hablamos del cacicazgo ejercido por Flores Muñoz por más de tres lustros y del esfuerzo que hizo el Dr. Gascón Mercado por oxigenar la forma de hacer política en nuestro estado. Don Ramón, justamente, fue diputado en la primera mitad del gobierno del Dr. Gascón, así que fue un testigo de primera fila de aquellos acontecimientos ocurridos durante los años sesenta.
Tuvo la grandeza aquel anciano, de responder a mis preguntas, de orientarme, de explicarme, sin presunción alguna. Es hasta ahora, a más de diez años de aquellas pláticas –fueron dos o tres-, que me entero que don Ramón no sólo fue diputado, sino dirigente del PRI en Tepic, líder y fundador de la CNOP en el estado, director del Registro Público de la Propiedad, de Catastro y dirigente del SUTSEM. Él nunca mencionó nada, no presumió como hacen la mayoría de mequetrefes que en la actualidad llegan a regidores por regalos políticos y se sienten estadistas.
Volví algunos días después, a obsequiarle un ejemplar de “Por las veredas del tiempo” a don Ramón y volvimos a platicar como la primera vez. Después de eso, pasé a saludarlo de manera breve, pero al poco tiempo terminé mi servicio y no volví a saber de aquel señor. Me dio un gusto enorme haber encontrado hace días su nombre y su fotografía en el periódico del SUTSEM y me siento honrado de haberlo conocido. No se me ocurre mejor ejemplo para hablar de la grandeza que lleva implícita la humildad, que don Ramón Lomelí Belloso.
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