Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

El 2015 y su trascendencia

Marco Vinicio Jaime

20 de enero de 2015

“Unido a reporteros que ya son el futuro y enriquecido por columnistas y escritores admirables, giro en torno a un tema que no suelto ni me suelta: la libertad de expresión y el torpe empeño del gobierno por limitar la fuerza expansiva de la palabra impresa”.
-Julio Scherer García.


Transcurridos ya los primeros días del presente 2015, se torna imprescindible reconocer las señales palpables de lo que pudiera ser una aproximación de lo que viene: fuertes vendavales sin parangón en pro de cambios sustanciales en el devenir político, económico, social y cultural, entre otros.

Desde el plano internacional y su reciente megamarcha mundial de París en contra del extremismo terrorista (que cobró la vida los últimos días de los autores del reconocido diario francés “Charlie Hebdo”), pasando por la convulsión nacional de los estiras y aflojes de una caduca estructura política que se niega a morir (con sus viejos vicios de lucro y “puertas que niegan lo que esconden”), a la incongruencia correligionaria de las provincias en donde se le apuesta “al no pasa nada”, para aprovechar al máximo “el golpe de suerte” en la gobernanza  y robustecer sin más, en un total desconocimiento de la realidad, el propio patrimonio particular, constituye el preámbulo perfecto de inflexión neurálgica que apunta asimismo a tal situación de presión con visos de vuelcos drásticos del “remanso de lo prescrito”; a tal repulsa del statu quo y la vigencia de los actuales estereotipos, que eleve el reclamo a una opción más allá de las fronteras conocidas.

No es casuístico ni mucho menos dádiva del poder contemporáneo, el creciente empuje popular y su consecuente irrupción periódica en el escenario, toda vez de su abierto descontento con lo recibido, que le es sin lugar a dudas poco, insuficiente, pírrico, a cambio de lo mucho que ha otorgado. Está claro que sin comunicación, sin libertad de expresión, no hay política, y el oficio político en cualquiera de los ámbitos del desempeño representativo de los intereses colectivos, viene a ser prácticamente la esencia de un buen ejercicio: porque la unilateralidad y los monólogos no son garantes de nada favorable, y sí del repudio, como el que se esparce por doquier; cuando lo que hace falta es tan simple como la interacción recíproca y el compromiso que construye mutuamente. De lo contrario, la simulación y la fábrica de máscaras e ilusiones ópticas a que se ha reducido el triste por desfasado papel del marketing, ya no alcanza para evadir la realidad, ni tan siquiera para convencer del “‘ahora sí’ ya viene lo mejor”, justo en una contrapuesta verdad de pactos y acuerdos en lo oscuro, lesivos de las mayorías que se debaten a su vez en el hambre y la miseria.

La sociedad, anhelante y crítica al mismo tiempo como nunca antes de una vida mejor, requiere de respuestas contundentes erigidas en un marco de respeto de veras por la ley, por la vigencia del Estado de Derecho; porque así, lo que bien empieza, bien se desarrolla y cumple cabalmente sus objetivos; pero en su antítesis, lo que emana de la ilegalidad, del mal, de la evasión abierta o artificiosa de los preceptos constitucionales (a lo que en no pocas ocasiones la superioridad jerárquica ex profesa sanciona), no pode generarse nada bueno, aunque se publicite al máximo que “todo está muy bien, y se trabaja para la gente”, lo que al final, no deja de ser verdaderos atentados ya a la inteligencia de la propia gente.

En el mundo, la violencia, el hambre, la guerra, el delito, la corrupción y la ilegalidad, se han convertido en “un monstruo grande que pisa fuerte”, tal como lo dijera en una de sus agudas letras el cantautor argentino León Gieco: “solo le pido a Dios, que [este mal] no me sea indiferente”. Por ello, no hay duda de los esfuerzos a que no pocos gobernantes se están comprometiendo en virtud de que el monstruo parece ya estarlos pisando a ellos, y esto debe ser indiscutiblemente modelo para adaptarlo a las circunstancias de cada región.

Por lo tanto, poderes y órdenes de gobierno se encuentran ante dos caminos: aprovechar la oportunidad de mejora y renovar por completo la estructura en la que se desenvuelven, o cumplir con el ineluctable destino que comporta el final de un ciclo: ser desplazados por completo por uno nuevo. ¿Qué pasará entonces? ¿Lograrán transformarse a tiempo, o sucumbirán –acorde definitivamente a los posibles planes de otras potestades- ante un inevitable nuevo regir? Ya lo veremos.

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