El clamor popular
Marco Vinicio Jaime
24 de noviembre de 2014
"Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento."
-Nicolás Maquiavelo.
El equilibrio en la gobernanza a través de una fluida comunicación, de autoridad política y moral (ganadas a pulso con la verdad y la legalidad), de corresponsabilidad, justicia y equitativa distribución de los recursos para un desarrollo armónico en bien de todos, comporta indiscutiblemente la oportunidad de garantizar calidad de vida presente, y construir un mejor futuro para todos.
El periodista e historiador Enrique Krauze, definió en su momento la clave del desempeño tenido por parte de una de las administraciones gubernamentales consideradas de mayor disciplina y estructura organizacional del país, la del Contador Adolfo Ruiz Cortínez (1952-1958), el cual “concebía su trabajo como el de un buen administrador: poner orden, cuantificar necesidades, establecer prioridades, delegar en personas competentes, llevar seguimiento del proceso, verificar resultados”; Así, a pesar de los yerros, tentaciones y demás claroscuros siempre presentes en el ejercicio del poder, destacó un aspecto primordial, que hoy prácticamente ya no se ve: la congruencia; y se pudo entonces alcanzar tal equilibrio que bien logró cumplir cabalmente con la premisa que cortó de tajo el triunfalismo y la simulación antecesoras justo en el momento de su toma de posesión: “Prefiero que no haya obras, a seguir padeciendo esta hambre”. Con ello, dejaba en claro, que gran parte de los males de un gobierno es la incompatibilidad de las cuentas alegres del que lo apuesta todo al progreso material, de los discursos prolijos de fantasías triunfalistas frente a la innegable realidad de las mayorías, abandonadas en la miseria, el hambre y la desesperación, derivadas de la omisión de representantes populares y gobernantes encerrados en su propia burbuja de paz y prosperidad que desatienden el sustancial principio del equilibrio, pues asegurando su propio patrimonio, para ellos lo demás es lo de menos.
Por ello, gobernar en los actuales días, supera con mucho el falaz escándalo de la indigestante mercadotecnia de una campaña, cuando lo que se propugna difiere radicalmente de la praxis correligionaria, y por eso vienen los descalabros: hablar de unidad, al tiempo que se divide, hablar de inclusión con sectarismos, de bonanza con miseria, y de justicia con lucro de las necesidades lacerantes.
En consecuencia, de cuánto valor continúan siendo las palabras del afamado filósofo Sócrates, quien dijo que un buen juez posee por lo menos cuatro atributos cardinales: “Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente, y decidir imparcialmente”. pero, ¿qué sucede cuando no se escucha?, simplemente el desempeño se genera con una total ausencia de sentido común, de prudencia e imparcialidad, y así, para el caso de los gobernados su repudio se vuelve patente, en el mejor de los casos, con voto de castigo en las elecciones, o en lo que lamentablemente se está volviendo una vía común: las manifestaciones y la protesta masiva y virulenta.
Con toda razón, el reconocido Benemérito de las Américas, Benito Juárez García, acuñó en una de sus más famosas frases, el pilar de un buen ejercicio de gobierno: “Bajo el sistema federativo, los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad alguna, no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes, no pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala". De conformidad, el celebérrimo Aristóteles, afirmó que “no hace falta un gobierno perfecto, sino uno que sea práctico”, práctico para comprender su tiempo y sus circunstancias, para comunicarse adecuadamente: comunicar y ser comunicado con eficacia; suprimir sus intereses personales, patrimonialistas, de grupo o camarilla, por los de la colectividad y apegarse a un elemental sentido de justicia, para servir y no servirse de los demás: comprender que el tiempo presente exige de oficio, no cerrazón, de seriedad en los tratos, del compromiso como esencia de la democracia, de la correcta transversalidad correligionaria que atiende, entiende y soluciona, no enciende ni aprovecha imprudentemente coyunturas para alimentar pasiones feudalistas ni califatos lesivos del ya de por sí depauperado pueblo y sus sectores.
Tras lo anterior, si los problemas surgen, basta con analizar a conciencia, en qué aspecto no se han alcanzado los parámetros preconizados, toda vez que es imprescindible recordar que “en política pasa como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto, está mal”, de acuerdo al político norteamericano Edward Kennedy, y por tanto, “la ejecución de las leyes es más importante que su elaboración”, según estableció por su parte, el estadista de igual nacionalidad Thomas Jefferson.
Es entonces, que no está demás valorar el impulso de un gran esquema que reorganice y establezca una verdadera coordinación que “ponga orden, cuantifique necesidades, establezca prioridades, delegue en personas competentes, lleve un seguimiento del proceso, y verifique resultados”. ¿Se logrará a tiempo? Veremos.
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