Tepic, Nayarit, martes 03 de diciembre de 2024

El reencuentro con dios

Octavio Camelo Romero

24 de abril de 2014

Tras la intervención del equipo hemodinámico encabezado por el Dr. Pascual, el quirófano especializado del Hospital de la Santísima Trinidad, ataviado con un instrumental tecnológico de última generación adquirido apenas un año atrás y siendo el único en su género en los centros hospitalarios de Jalisco, se convirtió en un espacio de comunicación humana entre el paciente y los intervencionistas. Además de las explicaciones de lo hecho, si hicieron recomendaciones e indicaciones. Debería estar inmóvil de la pierna izquierda durante 8 horas para evitar algún sangrado. Tras ese periodo se me extraería la “guía” por donde habían introducido el “catéter” y todo lo demás. El catéter es un dispositivo de forma tubular que se introdujo dentro la  arteria para la inyección de fármacos, el drenaje de los líquidos y el acceso de los otros instrumentos médicos. Y después de extraída la “guía” tenía que esperar otras 8 horas para moverme o darme vuelta sobre el lado de la pierna derecha. Total, serían 16 horas de inmovilización forzosa. Con esas indicaciones las asistentes del quirófano me pasaron a una camilla y echaron a correr por los pasillos del hospital hasta llegar al cuarto que me habían reservado. Con gran destreza en el manejo de este tipo especial de pacientes, me pasan de la camilla a la cama y se me indica que tengo prohibido hacer esfuerzo y levantar el dorso para adquirir la postura de sentado. Confinado en la imagen de semiacostado, me dispuse a esperar el paso de las primeras 8 horas.

La puerta del cuarto estaba abierta. El personal del piso inmediatamente se presentó para ponerse a mi disposición. Vino el personal administrativo a recabar datos. El médico de guardia hizo presencia también. Todos querían saber sobre los hechos y sobre mi estado de ánimo y de salud. Todo marchaba conforme los lineamientos del Hospital de la Santísima Trinidad. De pronto se aparece una religiosa ataviada con un vestido o bata y manto, blancos. Además de amable resultó muy simpática. No tuvimos ningún problema para intercomunicarnos. Y en eso estábamos cuando repentinamente me lanza la pregunta: ¿Quiere confesarse? Tras una brevísima pausa le contesto: No porque no tengo pecados. Yo ya no peco, le reafirmo. Y con la sabiduría de los años, aquella “madre” se dispuso a demostrarme que yo era un pecador. ¿Cuándo fue la última vez que se confesó? Me inquirió. Después de divagar en 17 años, le contesto que hace 5 años atrás lo hice. Inmediatamente me replica: ya ve, allí hay un pecado grande porque por lo menos cada semana debe confesarse y comulgar. Y, ¿Va a misa los domingos? Me sigue interrogando. Cada año lo hago. Voy a la misa que en memoria de mi madre difunta se oficia, le respondo. Ya ve, me vuelve a replicar. Tiene otro pecado grande porque debe asistir todos los domingos a misa. Luego me inquiere sobre los mandamientos de la Ley de Dios. Y así estuvimos demostrándonos que yo era un empedernido pecador. Al final me dice que un sacerdote pasará al siguiente día a confesarme. Le acepto la oferta pero se la condiciono a que el presbítero me ayude, así como ella, a identificar mis pecados. Con una sonrisa de lado a lado y con la cabeza asienta la contraoferta. Y así fue, al  rato me llegó el sacerdote. Por cierto era una persona de la tercera edad, como las “monjas” que me visitaron. El clérigo fue más discreto y al principio se mostró muy formal. Pero tuve que informarle del “acuerdo”  tenido y pedirle que me ayudara a identificar mis pecados. Así estuvimos un pequeño rato y de pronto dijo que me absolvía de todos mis pecado. Seguramente eran bastantes y había que optimizar el tiempo. Así pasé el primer día en el Hospital de la Santísima Trinidad. Al siguiente día y ya sin pecados, yo esperaba que temprano pasaran por el cuarto para darme la comunión. Pero pasó el tiempo y nada de lo esperado sucedía. En eso llega otro de mis hijos que había hecho viaje a Guadalajara para trasladarme a Tepic. Estaba cerca de conmigo cuando otra “madre”, acompañada de otras dos que llevaban una veladoras, arriban hasta mi cama para “rezar” y darme la comunión. Estas última “monja” también era de la tercera edad. Pero seguramente no estaba enterada del “acuerdo” porque me instruyó para que le contestara el rezo y los cantos. Por fortuna se encontraba mi hijo, que sabe mucho de eso, cerca de mí. Y a una señal mía se integra a tan solemne acto de comunión espiritual. Ya me reencontré con Dios, seguro que ya no seré privado del privilegio de entrar al Reino Celestial.

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