Benito Juárez y el Tratado McLane-Ocampo
César Ricardo Luque Santana
25 de marzo de 2014
Desde los albores de la implementación del neoliberalismo en México a partir de Miguel de la Madrid en la primera mitad de los 80, pero de manera clara a partir de Ernesto Zedillo (una década después), se empezó un cuestionamiento a la Historia de México oficial bajo el argumento de estaba idealizada en forma maniquea entre héroes y villanos, deformando y simplificando con ello la complejidad de los grandes sucesos históricos de nuestro país acaecidos desde el movimiento de Independencia de 1810 hasta la Revolución Mexicana de 1910, pasando por las Leyes de Reforma juarista (1857), por nombrar los tres grandes acontecimientos que marcaron al país y que solían exaltarse en la enseñanza de la Historia de México en la educación básica.
De entrada, la revisión de esta Historia alterada de un modo u otro por los gobiernos posrevolucionarios cuya interpretación se sublimó antes por el régimen de Porfirio Díaz quien deliberadamente quería dotar a la población de referentes identitarios, fue luego adulterada por el grupo en el poder que se apropió para sí de la Revolución Mexicana para legitimar un régimen autoritario asumiéndose como sus herederos natos -no sólo de la mencionada Revolución-, sino de todos los movimientos progresistas anteriores y de los caudillos que defendieron las causas populares, llegando al extremo grotesco de querer hacer pasar a muchos personajes entrañables de los mexicanos como protopriistas.
Sin embargo, esta necesaria y saludable revisión de la Historia de México no siempre se ha hecho con la imparcialidad requerida, es decir, de manera crítica, sino que también ha sido sesgada intencionalmente por historiadores de derechas quienes vieron en esta situación una oportunidad de revanchismo contra una interpretación de la Historia contraría a los intereses de las elites conservadoras. Es decir, no sólo les incomodaba la versión oficial –teñida de demagogia y contradicciones insalvables- sino sobre todo el carácter popular de determinados movimientos y personajes que no exentos de errores y excesos, se mostraron como auténticos patriotas como Hidalgo, Morelos, Juárez y su brillante equipo de liberales ilustrados, Zapata, Villa, Flores Magón y otros, quienes independientemente de sus fallas personales, enarbolaron causas benéficas para la población más pobre del país. En otras palabras, representaron las fuerzas políticas progresistas contrarias a los grupos elitistas y entreguistas a los extranjeros. La paradoja es que mientras los historiadores de derechas y afines al neoliberalismo en curso aducían una excesiva idealización de héroes seguida de una satanización de los supuestos villanos, ellos mismos cayeron en la misma actitud unilateral de reivindicar personajes nefastos envileciendo al mismo tiempo a los más patriotas, si bien su intención de fondo es y ha sido, erradicar cualquier personaje que sea emblemático del pueblo mexicano para que no haya referentes patrióticos que emular.
El odio contra determinados caudillos populares se ha centrado en encontrarles fallas que como humanos todos tenemos, magnificándolas de tal suerte que eclipsen sus contribuciones a la Patria. Esta actitud perniciosa ha echado mano de toda una serie de situaciones que van desde un supuesto libertinaje (un Hidalgo parrandero) y otras “limitaciones” como individuos (tener un hijo “ilegítimo” en el caso de Morelos), hasta excesos cometidos como luchadores (de nuevo Hidalgo por haber fusilado algunos gachupines extrajudicialmente), sin hacer las debidas matizaciones, descontextualizando e incluso calumniando descaradamente. En este tenor, Benito Juárez ha sido uno de los personajes más odiados por la reacción sobre todo por su osadía de confrontar y limitar el ilegítimo poder de la Iglesia Católica, no obstante que las tendencias separatistas entre la Iglesia y el Estado que dieron lugar a las naciones modernas tenía alrededor de 300 años de ventilarse y ejercerse en Europa (con excepciones).
Nada mejor entonces para calumniar a los liberales juaristas que echares en cara el Tratado McLane-Ocampo, interpretándolo tendenciosamente para exhibir una supuesta traición a la Patria (al menos en la intención), estupidez que algunos repiten como loros sin informarse adecuadamente de ese hecho con investigaciones serias y con espíritu abierto a la verdad. Al respecto, recomiendo encarecidamente leer y analizar la investigación de este Tratado realizado por Jorge L. Tamayo, donde manera serena, responsable, con acuosidad en el trabajo de las fuentes como debe hacer un historiador que se respete, sin rehuir a las críticas malsanas sino tratando de determinar el grado de verdad o falsedad de las mismas, le dedicó varios años a estudiar este asunto con pasión e imparcialidad, presentándonos de forma amena y sistemática, no sólo los detalles que envolvieron esta delicada negociación entre el gobierno de Juárez y el gobierno estadounidense, sino las vicisitudes metodológicas que atravesó su investigación, su valoración de otras investigaciones de autores que con buenos o malos elementos sentaron a Benito Juárez y a Melchor Ocampo (entre otros involucrados), en el banquillo de los acusados, entre otros datos muy relevantes para formarse un criterio y un juicio equilibrado en este tema.
El texto de Jorge L. Tamayo, “El Tratado McLane-Ocampo” (http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/C24SVXIIC6E8I75SQMPSCQAL9CMCKK.pdf), nos explica los orígenes mismos de esta interpretación errónea y en algunos casos malévola contra los liberales juaristas, nos señala quiénes fueron los autores que mayormente gravitaron en sembrar la suspicacia, las circunstancias que abonaron negativamente a una malinterpretación por el hermetismo que las instituciones posrevolucionarias hicieron del tema ocultando algunas fuentes haciéndose del delito innecesariamente, en particular el Tratado mismo cuyo documento original se perdió en un incendio junto con otras archivos históricos importantes quedando solo un acuse de recibo del mismo cuya reconstrucción se retomó sesgadamente de los archivos de los Estados Unidos, sin reparar asimismo que el texto mismo contenía los suficientes elementos ambiguos que lo harían inoperante o cancelable el Tratado no obstante el concepto de “perpetuidad” a favor de los Estados Unidos, o el hecho de que el tránsito de océano a océano a través del corredor del Istmo de Tehuantepec sería internacional, hecho que gravitó negativamente en el Senado estadounidense porque pensaban que el libre comercio les afectaría ya que su economía era fuertemente proteccionista, además de que su exigencia de fondo era quedarse con Baja California y partes de Sonora y Chihuahua. También es importante darse cuenta de los antecedentes que llevaron a este tratado por desaciertos de gobiernos anteriores que fueron abriendo las puertas a la injerencia extranjera de manera que la negociación por parte del gobierno juarista (en un contexto de guerra civil y de reciente ocupación del ejército de Estados Unidos), fue una estrategia política al filo de la navaja para sacudirse presiones externas y no tanto por las necesidades económicas que el gobierno mexicano tenía para hacer frente precisamente a las presiones financieras de potencias extranjeras.
No pretendo hacer una reseña del breve texto de Tamayo sino invitar a su lectura que condensan de manera magistral un episodio apasionante y controvertido de nuestra Historia. No se trata de rehuir a una revisión de nuestra historia que nos muestren la dimensión humana de nuestros héroes o protagonistas de nuestra Historia (que tenían defectos y desaciertos como cualquier persona), tampoco de ocultar errores o excesos cometidos por ellos, etc., pero sí de atajar los intentos de desacreditarlos de manera dolosa como hacen algunos historiadores de derechas. Es importante que reestudiemos la Historia de México pero que discriminemos los autores que habremos de utilizar dejando de lado a los canallas y falsificadores. También es necesario estar en guardia contra planteamientos como el de Andrés Openhaimer que reprocha a los latinoamericanos nuestro aferramiento (patológico según él) a la historia. Los neoliberales quieren que nos desentendamos de nuestra Historia o la asumamos de manera vergonzante para renegar de nuestras raíces y para no tener identidad como mexicanos, para quedar atrapados de ese modo en el pensamiento único que el totalitarismo capitalista promueve y quiere imponernos.
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