La era de la política interplanetaria
Salvador Mancillas
05 de enero de 2014
Las condiciones ambientales de Marte son adversas para la vida humana, afirman los científicos. Pese a ello, miles de voluntarios en el mundo han respondido a la convocatoria para ser incluidos en el primer plan de colonización del planeta rojo, organizado por el Programa MarsOne, liderado por Bas Lansdorp. Con ello se inaugura una nueva época para la humanidad, de implicaciones difíciles de esclarecer.
Tanto los aspirantes a habitar Marte en diez años, como los organizadores, encarnan deseos de superar las frustraciones sociales y políticas que asfixian la humanidad. En la Tierra, la vida social justa y armónica es imposible. Sus condiciones bio-ambientales son privilegiadas, pero la cultura humana parece ya inviable, por estar desgarrada por sus contradicciones caníbales.
¿O por qué arriesgarse a vivir en un planeta donde casi no hay oxígeno y sí demasiado bióxido de carbono que puede matar a quien se distraiga durante la aplicación de las medidas de seguridad personal? Si la fiebre del oro en Estados Unidos atrajo a miles de ambiciosos, ¿cuáles son los móviles en el caso de este proyecto de colonización de un nuevo planeta? ¿En qué reside su atractivo cuando se ha advertido que, quien se vaya a Marte, no tiene posibilidades de regresar jamás a la Tierra?
Muchos se beneficiarán económicamente con esta hazaña, desde luego, pero no así los eventuales colonizadores. La peor cárcel de nuestro planeta es un lugar paradisíaco, en comparación con lo que les espera a tan osados viajeros interplanetarios. Condenarse a vivir encerrado en un traje de astronauta es sólo una incomodidad menor, frente a otras inconveniencias más graves que enfrentarán en aquel mundo extraño, rocoso, acosado por tormentas solares, radiación y oscuridad.
Si han de vivir allá para siempre, habrán de despedirse de la gloria de respirar el aire fresco terrestre y de apreciar la luminosidad que se desploma en las mejores estaciones sobre los paisajes de la Tierra. Habrán de reciclar su propia orina para rehidratarse, pues allá escasea el agua; deberán comer alimentos enlatados o secos y evitar la luz radioactiva del sol, que puede ocasionarles cáncer en cuestión de meses.
Para decirlo en breves palabras, la expectativa de vida en Marte es de sólo tres años: vivir más tiempo dependerá del ingenio, del carácter, la solidaridad, la capacidad de invención y muchas otras cualidades individuales y grupales de la colonia, así como del entrenamiento de supervivencia que el programa MarsOneles otorgará durante siete años, antes de partir a tan temible aventura. ¿Lo mejor del ser humano puede, acaso, desarrollarse, en condiciones bio-ambientales adversas?
Marte es un infierno de hielo, rocas y desierto. Su temperatura promedio es de 55 grados centígrados bajo cero. Es un lugar con poca presión atmosférica: si la temperatura llega a alcanzar tan sólo un grado sobre cero, los líquidos pueden evaporarse, incluyendo la sangre que circula por las venas. Por consiguiente, en esas circunstancias cualquiera puede morir por deshidratación instantánea. La gravedad también es menor en Marte, en comparación con la de la Tierra. Un hombre gordo de 100 kilos puede pesar allá menos de cuarenta. Flotar puede ser parte de un juego divertido; sin embargo, también implica riesgos. La baja gravitación puede provocar pérdida de masa muscular y descalcificación de los huesos.
¿Por qué, entonces, es tan poderosa y atractiva la idea viajar prácticamente a la muerte? Andrés Eloy Martínez, uno de los preseleccionados mexicanos, diputado federal por el PRD y aficionado a la astronomía, considera que vivir en Marte podría representar un cambio radical en las condiciones de convivencia entre los seres humanos. Allá no habrá fronteras entre países, porque no existirán los países; sólo un planeta para todos. No habrá diferencias interétnicas, como tampoco podrán existir clases privilegiadas, pues si estas surgen en condiciones de riqueza excedente, allá no se podrá aspirar a posesiones desmesuradas, cuando las energías individuales y colectivas sólo podrán concentrarse, estrictamente, en la conservación de la vida del grupo. De lograr su desarrollo, la cultura marciana puede convertirse en un modelo de vida ejemplar para los terrícolas. Esa es la utopía postmoderna, cósmica e interplanetaria: esperar de los marcianos buenas lecciones de ética y filosofía política, en caso de que logren sobrevivir en aquel mundo situado a 560 millones de kilómetros de distancia.
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