Tepic, Nayarit, miércoles 22 de enero de 2025

La misa de seis

Amado Nervo

21 de Enero de 2025

Abriose sin ruido la vidriera y Juanito que, medio oculto en el marco de un zaguán de la acera opuesta, impacientábase a fuerza de esperar, sintió que el corazón le daba un vuelco; dejó su escondite y fue a colocarse rápidamente al pie del balcón.

Del fondo oscuro de éste se destacó entonces una figura esbelta, de contornos puros; reclinose sobre el calado barandal, y con voz que parecía un susurro, dijo al galán que se había vuelto todo ojos y oídos:

-No puedo hablarte; María se halla en la sala y es fácil que nos oiga; está muy misteriosa hoy, no me pierde de vista; mañana nos veremos en Catedral en la misa de seis.

Dichas estas palabras, la figura de contornos puros se desvaneció en la sombra y la vidriera se cerró levemente.

Juanito, frotándose las manos de gusto, se alejó de la calle al tiempo que los focos eléctricos, tras un guiño, amplio inundaban de luz pálida las aceras, y los relojes públicos daban las seis.

No habían doblado aún la esquina, cuando entró a la calle, por opuesto rumbo, otro joven que fue a detenerse en el mismo sitio que había servido de refugio al anterior.

La cortinilla del balcón de enfrente se descorrió de nuevo y un par de ojos muy negros atisbaron por un momento el exterior.

A poco, las vidrieras volvieron a abrirse, surgió otra vez de la sombra una figura de mujer, e inclinándose graciosamente sobre el barandal, al pie del cual estaba el oso mencionado, dijo a éste sottovoce:

-No puedo resolverle hoy nada; Ana está en la pieza inmediata y pudiera oírnos; vaya mañana a misa de seis a Catedral.
                                                                                                                             II

Dieron las nueve en el reloj de bronce que pendía de uno de los muros de la elegante salita donde Ana y María, pasada la cena, conversaban fríamente, en tanto que doña Luisa, madre de las niñas, leía un voluminoso tomo de novelas cerca de un elegante velador de metal dorado con cubierta de mármol.

Aún no se extinguían las vibraciones de la última campanada del reloj, cuando Ana se puso de pie y entre bostezo y bostezo dijo a su hermana:

-Tengo sueño y voy a recogerme, no sea que mañana no pueda levantarme temprano para ir a misa.

- ¿Pues qué misa piensas oír? - replicó a María con voz temblorosa.

-La de seis en Catedral.

María se puso pálida y murmuró apenas:

- ¿Me despiertas para ir contigo?

-No, no alcanzo a hacerlo; tú irás como de costumbre a la de las once.

-Pero si yo quiero ir a la de seis- repuso María haciendo pucheros.

-Hace mucho frío…

-No importa…

Ana se puso seria:

- ¡Miren a la madrugadora! - exclamó con voz irritada-; se levanta diariamente a las ocho y ahora le ha venido el capricho de mañanear.

-Es que después no me ajusta el tiempo para nada…

-Pues me alegro, lo que es yo, no te hablo.

-Le diré a Juana que lo haga.

- ¿Y qué empeño es ese?

-Niñas, niñas- dijo por fin doña Luisa, dejando el libro sobre la mesa, y pasándose el índice por los ojos-, ya basta de réplica, irán las dos a misa de seis.

Ana y María se retiraron a su alcoba; y una vez ahí, mientras desataban el pelo rizo que caía en opulentas ondas sobre los hombros, y sustituían el traje de casa por el blanco ropaje de lino que velar debía sus formas puras durante el sueño. Ana dijo a su hermana:

-Qué insistencia de ir a la misa de seis, me parece sospechosa.

. ¿Pero qué tiene de particular?

- ¡Ah, hipocritona, cuánto apostamos a que tiene novio!...

-Te juro que no…

-Si te lo creyera…

-Por esta cruz…

-Mira, yo, como hermana mayor, debo aconsejarte: una niña como tú no puede andar en esas cosas…Los hombres son muy malos; pórtate muy juiciosamente y no vayas a misa de seis.

María tomó a su vez la revancha:

- ¿Y tú por qué tienes tanto empeño en ir sola?

-Siempre voy así…

-Es que hablas en el atrio con…

- ¡Mentiras!

-Qué dirán los que te vean; una señorita como tú debe ser correcta en todo.

-Estás hoy muy tonta.

-Y tú…

-Que pases buenas noches.

-Buenas noches

Momentos después, ambas acurrucadas en la cama fingían dormir; la luz tamizada por el cristal cuajado de la lámpara, acariciaba apenas los cortinajes de los lechos dejando hundido el resto del mobiliario en deliciosa penumbra; y el ángel del silencio, con el índice sobre los labios, cobijaba con sus alas aquel para de cabecitas blandas y soñadoras.

Una murmuraba en voz muy baja: “le hablaré a pesar de todo”. Y María pensaba en tanto: ¿Por qué mi hermana dirá que los hombres son malos? Ël parece tan bueno…! Ea, dejemos el miedo…le hablaré mañana!”

                                                             III

1Surgió el alba llena de sonrojos, invadió el espacio con tonos rosas, y un rayito juguetón río en los cristales y entró tímidamente a la alcoba.

Las campanas de los templos repicaban alegremente como diciendo a los devotos: “ven”, y los devotos acudían presurosos al llamado de la broncínea voz, murmurando: “voy”.

Despertó Ana, vistiose rápidamente; sin hacer ruido y con paso quedo salió de la alcoba y pidió el coche; ya estaba listo, y al subir hallose instalada en él a su hermana.

No había remedio, la compañía era forzosa y Ana disimuló su impaciencia; ya procuraría escabullirse bonitamente en el momento oportuno.

María proponíase hacer lo mismo.

Cuando llegaron a Catedral empezaba la misa en el altar del Perdón.

Arrodilláronse las hermanas a regular distancia una de otra, abrieron sus devocionarios, y cuando Ana estuvo segura de que María no podía verla, y María creyó otro tanto respecto de Ana, se levantaron ambas, y cada una por rumbo opuesto dirigiose a la puerta del costado derecho del templo.

En el atrio esperaban los osos, graves, serenos, inamovibles…

¡Y sucedió que al trasponer las dos hermanas los dinteles de la puerta, volvieron el rostro por ver si alguien las observaba y…!  se encontraron una enfrente de la otra!

Intensa palidez cubrió sus semblantes, luego una oleada de sangre las coloreó, y con voz casi ininteligible, murmuró María:

-Me siento mala y salí en busca del aire.

Y Ana en el mismo tono:

-Lo advertí, y temiendo que te pasara algo, salí a mi vez en tu seguimiento.

Y sin esperar a que concluyese la misa cruzaron las naves, salieron al atrio principal y tomaron el coche, diciendo al automedonte con displicente voz:

- ¡A casa!

En el camino casi no hablaron; sólo al aproximarse a su morada entablaron el siguiente breve diálogo:

María. –No vuelvo a misa de seis.

Ana. -Ni yo…

María. -Hace mucho frío, y…

Ana. –Pues, y…

Y no volvieron, en efecto, a misa de seis.











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