¡Adiós! al gran maestro
Oscar González Bonilla
24 de Octubre de 2024
Avanzada la mañana, pero antes de mediodía, el viernes llegué al hospital General de Tepic para visitar a Héctor Gamboa Quintero, mi amigo enfermo, pero para mi sorpresa encontré la cama vacía.
Un día antes topé en la calle con su hijo Héctor Gamboa Soto, mismo que me notificó que su padre se hallaba mal, hospitalizado aún. “Tiene agua en los pulmones”. No esperé mayor explicación y le prometí que al día siguiente iría a visitarlo. ¿Todavía se encuentra en la sala 7, cama 158, del área de cirugía? pregunté. Asintió.
A la entrada del Hospital General trabajadores del Sindicato de la Secretaría de Salud de Nayarit se manifestaban en paro de labores y visibles consignas contra el titular de la dependencia del gobierno estatal, Omar Reynoso Gallegos. Era grande la algarabía.
Al traspasar la puerta de entrada, cantidad de personas en espera de consulta médica, unas, la mayoría; y otras en admisión continua, muchas más familiares de pacientes, pero todas de clase menos favorecida económicamente.
Caminé sin dilación al interior, pero cuando avanzaba, la voz autoritaria y fuerte del policía de guardia me hizo detener el paso y regresar. Se hallaba sentado y alrededor del escritorio personas impacientes porque les concediera permiso de pasar de visita a sus enfermos. Se molestó porque pretendí ingresar sin su consentimiento. No era mi intención, sólo que no advertí su presencia porque las personas paradas lo cubrían.
¿A dónde va?, inquirió. Al área de Cirugía, voy a visitar a un enfermo que se llama Héctor Gamboa ¿En qué cama se encuentra? En la 158 de la sala 7. Ya no me hizo caso, dirigió la atención en las personas que rodeaban el escritorio. Una a una las despachó. Yo fui el último, pero lo hizo a propósito para soltarme un rosario de recomendaciones derivadas del procedimiento de visita.
Tenía plena seguridad que mi amigo Héctor Gamboa Quintero recuperaría la salud en breve, por tanto, ninguna obediencia haría a la petición del policía de guardia. No creo que vuelva pronto, pensé. Tenía la esperanza que el maestro Gamboa, como yo le decía con todo respeto, saldría venturoso de ese trance. Ni en lo más remoto pensaba en la muerte, sino más bien en que seguiría con su participación dándole calidad al portal de Nayarit Altivo.
Salvada la aduana, caminé de frente y di vuelta a la derecha, sólo para ser frenado por la presencia tres mujeres (dos jóvenes) que me preguntaron a dónde iba. Luego de dar nuevamente los datos, una de ellas hizo el intento de buscar el nombre de Héctor Gamboa Quintero en un listado, pero prefirió darme paso.
Largo el pasillo, y al fondo, en lo alto, un letrero con la palabra Cirugía y una flecha indicando hacia la izquierda. Sala uno, sala dos, hasta llegar a la siete. Entre y observé todas las camas ocupadas, menos la del maestro Gamboa. En ese instante recordé la canción del mismo título, pero más bien pensé que lo habían transportado a otro sitio del propio hospital para tomarle una radiografía, o algún otro estudio especializado.
Enfrente a una enfermera recepcionista pregunté por el maestro Gamboa. Ella a su vez preguntó a otra enfermera añosa que se encontraba de espalda, lavando algo en el sitio especialmente para ello. Salió y se dirigió metros adelante a otra recepción. Me fui detrás. Examinó su lista de ingresos. Me dijo ahí debe de estar. No ya no está. Entonces ella misma fue hasta la cama 158 de la sala 7 y comprobó que estaba vacía. Búsquelo entonces allá, apuntaba hacia el rincón de pasillo.
Iba ir hacia el sitio señalado, cuando se acercó un médico muy joven ¿Qué tiene su enfermo? Lo que yo sé es que tiene agua en los pulmones. Entonces debe estar allá, el mismo lugar indicado por la enfermera. Pasé por terapia intermedia y llegué a un pabellón harto de pacientes hombres, pero nada del maestro Gamboa.
En el acto llamé al celular de Gamboa hijo, pero no hubo respuesta. Igual sucedió con Gamboa padre. Me imaginé que lo habían cambiado de sitio, pero me aferraba más a que fue dado de alta, que ya se encontraría en casa rodeado de sus hijos y seres más queridos.
Del hospital salí sin angustia, más bien con la idea de que en maestro Gamboa con vitalidad regresaría pronto a su chamba en el Congreso del Estado, y por consecuencia diciéndome que estaba preparado para hacer la siguiente grabación en video sobre personajes históricos, tema de su preferencia y que desarrollaba con sagaz estilo.
Exhorto en esos pensamientos oigo que desde el interior de un café que se ubica por la calle Abasolo, cerca de la plaza Bicentenario, me llama el doctor Arturo Camarena Flores, otro entrañable amigo oriundo, como el maestro Gamboa, de Acaponeta. Le platico mi desventura al encontrar la cama vacía. Quedó el doctor Camarena de llamar para saber de la situación del maestro Gamboa.
Después me enteré de su fallecimiento. Me apena mucho. Pero más me mortifica saber que quedamos huérfanos de la cultura, sapiencia, bonhomía y excelente charla que siempre a raudales nos prodigó el maestro Héctor Gamboa Quintero. Descanse en paz.
Comentarios