Tepic, Nayarit, sábado 23 de noviembre de 2024

Morir por informar

Oscar González Bonilla

11 de Octubre de 2024

La lectura del libro 100 Mitos de la Historia de México, cuya autoría es de Francisco Martín Moreno, trajo a nuestro conocimiento sucesos de extraordinaria relevancia. Ignaros como somos, nos asombra que con base en amplia y rigurosa documentación se ofrezca el verdadero rostro de gobernantes que han conformado nuestro país.

Es el caso de Porfirio Díaz, capítulo que se plasma en el texto en su calidad de presidente de la república, “cargo al que arribó en 1876 mediante la fuerza de las armas y el apoyo de la alta jerarquía católica, y se adueñó de la presidencia para no volver a soltarla durante más tres décadas”, explícito el autor.

“¡Mátalos en caliente!”, le vimos anotar en un telegrama, y esa fue la sentencia de muerte de más de una decena de patriotas que pretendían derrocar su régimen militarista, que apenas comenzaba.

Por razón de estar implícito en el tema, nos llama poderosamente la atención cuando en el libro se refiere al sanguinario trato que se dio a periodistas críticos al régimen porfirista.

“Recordemos que Porfirio Díaz canceló toda posible libertad de expresión:

El periodista Ordoñez de Querétaro fue arrojado a un horno, que el combativo periodista Alfonso Barrera Peniche conoció todas las cárceles de México, hasta las Islas Marías, por delitos de imprenta.

Y que en Puebla pereció de mala muerte el periodista Olmos y Contreras, y en Tampico otro de apellido Rodríguez.

Filomeno Mata, director del Diario del Hogar, fue encerrado más de cuarenta veces por pretendidos delitos de imprenta en la inmunda cárcel de Belén.

Y, en fin, que don Porfirio tenía a los periodistas -como él mismo señaló- a su servicio como perros dogos, listos para saltar al cuello de la persona que él designara”.

La situación contra periodistas, con sus diferentes bemoles, no difiere en lo sustancial hasta nuestros días. Es enorme la lista de comunicadores ultimados de manera violenta en territorio de nuestro país. Es decir, morir por informar.

Es aquí donde aparece el recuerdo de nuestro estimado amigo Luis Martín Sánchez Iñiguez, de 59 años de edad, asesinado con violencia causa a su labor periodística. En ese momento era en Nayarit corresponsal de La Jornada, periódico de circulación nacional.

Martín fue levantado en su casa del fraccionamiento El Armadillo por personas del mal. Se llevaron su computadora, un disco duro y su teléfono celular. Ello ocurrió la noche del 5 de julio del presente año. El día 8 su cuerpo fue encontrado por camino de terracería que conduce al poblado Huichines, cerca de El Aguacate, municipio de Tepic.

Evidentes fueron los signos de violencia registrados en su cuerpo. Maniatado lo echaron a una bolsa de plástico color negro, pero además un mensaje escrito en hoja de cuaderno que con cuchillo le clavaron en el pecho.

Muy a pesar que la Fiscalía General del Estado inició las investigaciones al respecto, y de que la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión atrajo el caso el 14 de julio anterior, desde entonces ha habido total hermetismo tanto de la autoridad estatal como federal. Ha transcurrido más de un año del lamentable suceso, y a la fecha la investigación no ha sido pronta, exhaustiva, independiente y eficaz que permita esclarecer plenamente los hechos y sancionar a los responsables.

Entonces, con base a esa lógica, se presume complicidad de la oficialidad en el artero crimen del periodista nuestro: Luis Martín Sánchez Iñiguez, tepiqueño de nacimiento.

Además, es alto el grado de sospechosismo de que hubo previo acuerdo para llevar a cabo la acción de modo reservado, con discreción, en secreto.

Pero volviendo a la crueldad de Porfirio Díaz, el autor también indica:

“Sabemos asimismo que, de niño, aprovechó la siesta de su hermano Félix para introducirle en su nariz una buena dotación de pólvora y, somnoliento todavía el hermano, prenderle fuego en el rostro, provocando en él una espantosa cicatriz y una marcada desfiguración que le valieron, en adelante, el cariñoso apodo de el “Chato” Díaz”.

“Se le recuerda también porque siendo capitán de la guardia nacional en Oaxaca (según refiere Sebastián Lerdo de Tejada), mató de un tiro de mosquete, por la espalda, a un indio llamado Francisco Quilé, simplemente porque había dado un palo a la cabeza al caballo que montaba Díaz. Más tarde, ya coronel de la misma guardia, en una expedición contra los indígenas de la Sierra, mandó incendiar un poblado donde murieron tostadas algunas viejecillas y niños”.

Esa fue la figura de este imperdonable tirano.

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