Lourdes Pacheco
02 de Octubre de 2024
Nos falta acostumbrarnos al poder de las mujeres
Celebremos el hecho de que una mujer sea Presidenta de México. Celebremos que una mujer dirija los destinos nacionales. Celebremos que una mujer tenga la autoridad máxima del país.
Las mujeres venimos de discursos donde lo sagrado no nos pertenecía; de filosofías donde fuimos consideradas inferiores, bestiales; de imaginarios de odio en los que fuimos convertidas en demonias, brujas, malditas. Venimos de palabrerías de desprecio donde fuimos mancilladas, convertidas en basura, en seres viles. Venimos de evangelios de sometimiento que nos hicieron culpables, esclavas, mártires. Venimos de la hipnosis del amor atrapadas en madres abnegadas y esposas sumisas. Venimos del deseo masculino convertidas en cuerpos violables. Venimos del determinismo biológico reducidas a matriz y ovarios.
Revertir la imaginación de lo execrable, el dominio que nos excluía, ha sido el camino de las mujeres para convertirnos en personas, en humanas; para participar de los derechos, para disfrutar la vida desde otro lugar.
Todavía no terminamos de sacudirnos la sexualización en que nos encasillan. Todos los días las niñas y las mujeres están expuestas a la violencia sexual en las escuelas, las empresas, el hogar, la calle, la iglesia, la política; a la discriminación sexista.
La llegada de una mujer a la presidencia es una consecuencia de la transgresión a esos discursos, de la desobediencia a los mandatos. La llegada de una mujer al máximo poder es la consecuencia de las luchas de las mujeres organizadas, de las que argumentaron la calidad de ciudadanas a principios del siglo XX; de las que fundamentaron el derecho a la educación; de las que sostuvieron el derecho al trabajo. De las que cimentaron la necesidad del divorcio, de las que pugnan por el aborto seguro.
Por eso, celebremos la llegada de una mujer a la Presidencia de México. El trabajo que tiene por delante no es fácil: las soluciones están entrampadas en complejidades mayúsculas signadas por formas masculinas de pactarLos países donde las mujeres han avanzado como colectividad, han propiciado la llegada de mujeres a los cargos más altos. Es cierto, nadie llega sola. Tampoco nadie llega por generación espontánea, sino que el largo aliento de las mujeres participantes en la vida pública inició como excepción, como anormalidad, como transgresión hasta convertirse en una norma obligatoria.
Nos falta acostumbrarnos al poder de las mujeres.
La Presidenta hereda un país con un gran dolor por las 200 mil personas asesinadas y más de 50 mil desaparecidas durante el sexenio que termina. Si tan solo esto fuese el parámetro para mostrar el rostro del país, para esperar soluciones, tendríamos el mayor desafío para la Presidenta.
También hereda una sociedad de mujeres organizadas por sus derechos. Mujeres que conciben la paridad lejos del simplismo de 50 y 50, ya que la paridad es un principio de organización para asumir el derecho de participar en la vida pública. La paridad no se reduce a un aspecto de números, sino que implica asumir el poder no solo para que lleguen más mujeres a los poderes formales, sino para que se transformen las condiciones de las mujeres; las condiciones de quienes han estado excluidos del desarrollo; de quienes han sido dejados en los márgenes.
La paridad visibiliza problemas que estaban ocultos en la democracia del un único ojo masculino con que se miraba el país. Desde la paridad de las mujeres se amplía la mirada a lo ignorado, a lo indecible.
Las mujeres empujan desde abajo, desde las colectivas feministas; empujan desde las orillas: mujeres que se organizan para hacer avanzar la agenda de género. Las mujeres empujan los horizontes a través del diálogo, la elaboración de diagnósticos, la toma de la tribuna. No lo hacen como si estuviesen solas porque en la sociedad de las mujeres todas las expresiones de vida son posibles.
El liderazgo de las mujeres propicia que el poder mismo sea más plural, más incluyente, más saturado de vida real.
Por eso, celebremos ¡tenemos Presidenta!