Aquellos tiempos…
Oscar González Bonilla
07 de Junio de 2024
PLACER DE LOGRAR EMPLEO
El más pequeño de mis hijos, Oscar González Huerta, egresado de Arquitectura por el Instituto Tecnológico de Tepic, consiguió trabajo, el primero en su vida.
Mayúsculo fue el gozo familiar. En lo personal me causó enorme satisfacción. Ese día me levanté más temprano que de costumbre con interés de estar alerta para evitar que tarde llegara a la cita de entrada.
Arrellano en sillón, lloré no sé si esa mañana por escuchar en la celular canción que mucho me gusta o por la emoción de saber que mi hijo iniciaría a trabajar. El caso es que conforme en uno avanza la edad se vuelve más sensiblero.
Una vez de pie, me acerqué a mi hijo para hacer algunas recomendaciones. De entrada, exigí tuviera responsabilidad en cualquier cargo bajo su custodia. Empleara todas sus capacidades para cumplir con eficiencia, porque de otra manera al término de tres meses lo pondrían de patitas a la calle.
Porque lo conozco, sé que ejecutará a cabalidad la obligación que le encomienden en la dependencia del sector público.
El tema hizo que me trasladara a mi infancia en la ciudad de Tepic, donde nací por la calle Amado Nervo (en ese tiempo nombrada Juárez) entre Querétaro y La Paz. Vine al mundo en la época gloriosa del mambo, cuando el oriundo de Matanzas, Cuba, Dámaso Pérez Prado, rey del mambo, fue expulsado de México por órdenes de la Secretaría de Gobernación bajo la acusación de haber querido hacer en arreglo de mambo el himno nacional.
Conocedores de la trama aseguran que lo antedicho es mentira. Lo que ocurrió, dicen, fue que Pérez Prado era el más exigente de los directores de orquesta, pero era el que mejores salarios pagaba, por lo que los demás directores de orquesta, junto con el empresario que se creía dueño de su vida, Félix Cervantes, buscaron la manera de sacarlo de México.
Bueno, la digresión viene a cuento porque mi padre Donaciano González” Shanghái” fue baterista de orquesta y en ese tiempo, según contaba mi madre Hilda Bonilla, hasta dormido tocaba mambo. Siendo yo todavía infante, mi progenitor exigía que fuera al centro de la ciudad a vender chicles o bien a dar grasa, es decir, a lustrar calzado. Mi madre siempre se negó.
Ella de acuerdo estuvo que dedicara algo de mi tiempo diario a entregar fotografías a domicilio. Eran de estudio que se realizaban en la fotografía Cervantes que por años se ubicó por la calle Querétaro entre Lerdo y Amado Nervo, cuyo propietario y profesional de la lente fue don Arturo Cervantes Delgado (en parentesco con la familia de mi papá). Me desplazaba en bicicleta y por el trabajo de entrega me pagaban 20 centavos.
Al paso de los años, en la adolescencia, fue ahora mi madre que con tesón pedía a “Shanghái” me enseñara a tocar la batería. Tanto insistió que un buen día lo convenció. Me pidió lo acompañara al cuarto de estudio, así le llamaban al lugar donde resguardaban los instrumentos, el de la ocasión se hallaba por la avenida Victoria entre las calles Mérida y Durango.
Armó la batería y enseguida pidió mi atención a una serie de ritmos que en el momento ejecutó. Pero fue uno, por el que consideró debería empezar, sobre cual demandó aplicar mis sentidos. En varias ocasiones lo repitió. Luego entonces puso en mis manos el par de baquetas para que lo replicara. Lo hice. Bien, dijo. Practícalo un buen rato, te dejo porque voy a tratar un asunto. Y se marchó. Pretendía llegara a perfeccionar su ejecución. Como no regresó y yo me enfadé de estar dale y dale, cerré y volví a casa. Nunca más hubo otra sesión de enseñanza-aprendizaje. El interés de mi madre porque fuera músico se frustró.
Pero mi padre se empeñó en buscar trabajo para mí. Echó mano de sus amistades logradas durante su participación como músico en fiestas con personas de las diferentes clases sociales y económicas. Una de ellas fue Rafael García Casas conocido como “El Extralargo” por su gran estatura, propietario del periódico La Extra de la Tarde. Una mañana en su coche particular lo acompañé a la Cigarrera La Moderna, donde su influencia llegaría hasta el gerente de la empresa, un tal señor Hoyos, para solicitarle empleo para mi persona. Quedaron de avisarle, información que nunca llegó.
Vino entonces la recomendación de su hijo a Luis Delgado, contratista dedicado a la instalación de todo lo necesario para funcionamiento de electricidad y agua en las casas en construcción. Éste sí acató la petición de su amigo “Shanghái”, me dio empleo. Recuerdo que por el rumbo de la colonia San Juan de Tepic en ese tiempo se construían varias casas con financiamiento de Bancomer. Allí se me hizo responsable de con barreta hacer zanjas en las paredes de ladrillo para en el hueco colocar mangueras en cuyo interior irían cables de la corriente eléctrica.
Luego fue tiempo de estudio en la Ciudad de México (Escuela Nacional de Economía UNAM) con regresos a menudo a mi solar natío. En uno de ellos me planté en el periódico Diario del Pacífico por invitación de Emilio Valdez Hernández, gerente del matutino. Recibía de inicio salario semanal de cien pesos, pero en ese trabajo formal empecé mi carrera de bandido.
Ahora que me invade la nostalgia laboral y con base en ello desarrollo algunos pasajes sobre ese tema, de corazón deseo que mi hijo tenga éxito en sus primeros pasos como profesional de Arquitectura. Salud.
(7 junio 2028)
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