Mi tragedia matutina y los fantasmas legislativos
Ulises Rodríguez
16 de Mayo de 2024
El dolor me hizo perder la noción del tiempo y del espacio. Yacía en el suelo, sintiendo que el pie izquierdo terminaría por estallar en cualquier momento. El mismo dolor evitó que articulara palabra alguna para pedir auxilio y apenas alcancé a lanzar al viento un par de alaridos bestiales. Con el paso de los segundos, recobré un poco la conciencia: me había caído al intentar abrir la puerta de mi coche. Tal vez se trataba de una fractura, no lo sabía, quizá el accidente terminaría por ponerme en el dilema de elegir entre conservar la extremidad o la vida, eventualmente. Recordé entonces a Antonio López de Santa Ana y me imaginé sin la pierna izquierda. Tales pensamientos, por fortuna, apenas duraron un instante.
Hace casi 6 horas del accidente y le he dado varias vueltas al asunto, llegando siempre a la única conclusión posible: me caí por estúpido. No hay más.
En el suelo, mientras trataba de incorporarme, pensaba en mi propia estupidez. Nadie se cae de una banqueta mientras trata de abrir la puerta de su coche, nadie de mi edad, en todo caso. De pronto, una idea cruzó por mi mente: ¿era esta una prueba del destino? Pensé entonces en que acababa de perder toda autoridad moral para volver a referirme a la estupidez de uno que otro legislador. No me sentiría bien en volver a hacerlo.
Pensaba en ello cuando la imaginación me jugó una pasada cruel: escuché las risas de Nacho Rivas, de Rodrigo Polanco, del Pipiri Pao y de Ricardo Parra. Todos, reconocidos por sus limitaciones intelectuales más que por su responsabilidad como legisladores. Todos ellos también, en algún momento referenciados por quien esto escribe por tales características. La imaginación es sorprendente: el sentido del olfato me hizo hasta percibir el olor a alcohol de Rivas Parra y el aroma salitroso que dicen que tiene el Pipiripao. Todos ellos me decían al unísono: bienvenido aquí, donde las neuronas hace mucho que se fueron. La pesadilla se disipó de nuevo y pude ponerme de pie.
El resto es historia. Cuando no soporté más el dolor, le pedí auxilio a doña Francis -quien, estoy convencido, es el mejor ser humano que existe sobre la tierra- y accedió a interceder por mí para que su esposo, el doctor Nabor me atendiera. De allí, salí ya sin el zapato y con el pie hinchado a hacerme radiografías, acompañado por la señora Francis que, pudiendo invertir sus escasas horas libres entre actos de su campaña -es candidata a regidora por Tepic-, decidió auxiliarme y llevarme ella misma a tomar unas radiografías.
No hay fractura, pero es posible que sea una luxación, según me dijo el doctor Nabor, aunque falta que el diagnóstico sea confirmado por un traumatólogo amigo suyo. Nada que impida mis actividades diarias, aunque sí un serio motivo para reflexionar sobre mi propia idiotez. Confieso que me duele el tobillo, pero no me duele tanto como la certeza de saber que esta mañana caí, no solo en el frío pavimento de la calle, sino en la estupidez que tanto he criticado.
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