Yo sí les creí...
Ulises Rodríguez
09 de Marzo de 2024
Hace todavía algunos años, mis opiniones políticas se publicaban en varios medios de comunicación. Con la llegada de la presente administración, los espacios fueron mermando. Unos porque los medios impresos dejaron de hacerse y otros, la mayoría, porque las críticas que suelo hacer ponían en aprietos a mis amigos dueños de los medios, que no podían darme espacio pues tenían comprometida su línea editorial a través de convenios de publicidad. Mención aparte merece don Óscar González Bonilla quien, desde hace 15 años me brinda espacio en sus medios sin el menor vestigio de censura. Por lo demás, he optado por publicar mis opiniones como lo hace todo mundo, en mi propio perfil y agradecer cuando algún medio los reproduce si ello no les causa problemas. Recientemente, una amiga me pregunto ¿por qué escribía lo que escribía? Y le conté la historia que les comparto en estas líneas.
Mi mamá fue trabajadora del Poder Judicial más de 3 décadas. El Tribunal Superior de Justicia es una institución por la que guardo profundo cariño, igual que por el H. Congreso del Estado, donde yo mismo he laborado los últimos 9 años. Ambas son instituciones nobles que han tenido la desgracia de ser administradas pensando más en el beneficio político y económico del régimen en turno que en el bien de los ciudadanos en general.
Siendo hijo de madre soltera, mi progenitora cargaba conmigo para aligerar la carga de cuidarme a mi abuelita, que ya era mayor por lo que me tocaba presenciar muchas pláticas de esas que marcan, aunque no las dimensiones ni entiendas a cabalidad. Recuerdo, por ejemplo, las reuniones improvisadas en algún rincón del edificio del tribunal donde varias compañeras se quejaban del hostigamiento del entonces secretario general de acuerdos del tribunal, Joel Rubén Cerón. No se trataba de acoso sexual, vale la pena señalar, pero sí un hostigamiento laboral que parecía disfrutar y que no distinguía entre hombres y mujeres, aunque era más evidente contra las mujeres, en especial con aquellas de mayor edad, como era el caso de mi mamá. La voz siempre valiente de la señora Gloria Bertha García Lepe contrastaba con las voces temerosas del resto, quienes se sabían en desventaja y sabían también de la protección que recibía Cerón por parte del entonces presidente del Poder Judicial, el magistrado García Basulto. Ambos pers
onajes compartían por aquellos días, además de hábitos e instintos, la formación de un sistema político que facilitaba la lisonja con los poderosos mientras que, al mismo tiempo, se podía humillar a los que estaban por debajo jerárquicamente. Después de esas reuniones que eran más de catarsis que de otra cosa, siempre se llegaba a la misma conclusión: seguir aguantando, pues se necesitaba el trabajo.
En alguna ocasión, mi mamá valoró la posibilidad de irse a trabajar a Tijuana y perder su base, pese a que le faltaban pocos años ya para alcanzar su retiro. Si no lo hizo, fue por un consejo de la señora Águeda Galicia Jiménez, quien le recomendó esperar, pues renunciar sería echar a la basura más de veinte años de trabajo. Repito, sin dimensionar bien las cosas y conforme la mentalidad que un tipo de 8 o 9 años puede tener, siempre pensaba ¿por qué nadie las ayudaba? ¿por qué nadie impedía que esos tipos no fueran abusivos con aquellas mujeres entre las que estaba mi mamá?
Luego surgió el movimiento de Toño Echevarría en el 98. Era tanta la animadversión de muchos empleados del Poder Judicial con la administración de Rigoberto Ochoa Zaragoza, que había empoderado a García Basulto y por naturaleza al propio Cerón, que fueron muchos los que se volcaron para apoyar la campaña aliancista. Nadie en su sano juicio podría decir que el gobierno de Echevarría Domínguez fue honesto, quizá no fue el mejor tampoco, pero sí recuerdo bien que para las trabajadoras del Poder Judicial significó un respiro. La inmediata sustitución de José Luis García por el licenciado Adán Meza Barajas trajo un ambiente mucho más sano a esa institución y no tardaron tampoco en echar a Cerón Palacios de esta. Su lugar, por cierto, fue ocupado por un juez honesto al que el propio Cerón había mandado a la sierra como represalia por un chiste que alguna vez hizo a sus costillas: el Lic. Elpidio Cortés Conchas. Cuentan que Cerón salió del edificio prometiendo que volvería, pero como magistrado. Nunca regresó. Fue
funcionario después bajo el cobijo político de Manuel Cota y más tarde en Bahía de Banderas, donde fungió como director de seguridad pública en una paradoja tan asombrosa como la resultante de encargarle a un reconocido ladrón la administración de un banco. Fue detenido en 2013 por autoridades federales y dejado en libertad a los pocos días, casualmente cuando Manuel Cota, su antiguo mentor, gozaba de todo el poder como senador recién estrenado.
He pensado siempre que si alguien hubiera exhibido por aquellos días los abusos de los que eran víctimas esas trabajadoras, tal vez las cosas habrían mejorado un poco. Y es que, a los agresores, igual que a los corruptos, les gusta la buena fama pública, no les gusta ser desnudados tal como son en verdad. Son amables, simpáticos y generosos con aquellos que consideran sus iguales y suelen ser miserables con los que piensan inferiores. Años después, me gusta pensar que, cuando hago alguna denuncia bien sustentada estoy ayudando a visibilizar un tema y esto, a su vez, aunque no cambie las cosas, tal vez evite que la impunidad sea total. Ha pasado el tiempo y quizá no haya más pruebas de lo aquí escrito que los testimonios individuales de quienes lo vivimos, desde uno u otro ángulo, pero yo les creí a aquellas mujeres y, en buena medida, por eso hoy hago lo que hago.
Aunque las manifestaciones por la conmemoración del 8 de marzo suelen ser siempre polémicas y yo estoy enamorado de nuestros monumentos históricos que, considero, deberían preservarse, personalmente prefiero verlas gritando, rompiendo puertas y empoderándose, que, en los afiches de búsqueda, en las notas rojas porque alguna fue víctima de feminicidio o sufriendo de acoso u hostigamiento.
Nada, era una simple reflexión que quería compartir.
ESCENA POSTCRÉDITOS: Nunca había sido tan conveniente el COVID como el que le dio a la presidenta municipal con licencia, Geraldine Ponce, quien, gracias a ello, no pudo asistir -como cada año- a la marcha conmemorativa del día internacional de la mujer ¡Lástima! Se perdió la oportunidad de gritar fuerte las consignas contra Alejandro Galván, uno de los deudores alimentarios más conocidos y también el hombre que violenta a la propia alcaldesa ostentando un poder que los ciudadanos le dieron a ella, no a él.
ESCENA POSTCRÉDITOS DOS: Algo ocurrió. Pero parece que en MC están dando marcha atrás con la postulación de la maestra Ana Lilia López, exesposa de Roberto Sandoval a la alcaldía de Tepic.
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