Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

Un angelito abusador

Lorena Orozco

15 de Septiembre de 2023

Petra quedó desprotegida al morir su hija Rosario, pues no había quien se ocupara de ella, ya que sus demás hijos trabajaban, se hacían cargo de sus familias y tenían sus ocupaciones.

Pensó que el cielo le sonreía cuando llegó a vivir con ella su hijo Ángel, quien se presentó como el salvador de la situación. Nunca sospechó que pronto se convertiría en víctima de su "cachorro".

En realidad "el angelito" se había ido a vivir con su madre, porque la esposa lo había corrido con pitos destemplados al descubrirlo por enésima vez siendo infiel.

Ángel era un hombre "macizo" pues andaba arañando los 70 años, mientras su madre le andaba llegando los noventa. Cualquiera podría pensar que ese regreso al hogar paterno era la mejor opción para Petra, pero pronto se daría cuenta de que era todo lo contrario.

El hombre tenía un trabajo de medio tiempo, y había que conseguir quien cuidara a la mamá mientras él no estaba, así que exigió que le entregaran una cantidad mensual del banco, dónde Petra tenía sus ahorros y un dinero de una propiedad que había vendido, para pagar a la persona que la cuidaría.

Al principio él la llevaba a cobrar sus pensiones; la que tenía Petra por su jubilación, y la que le da el Gobierno, pero mejor se quedó con las tarjetas, porque según eso, de ahí pagaba los servicios como el agua, la luz, el gas, y por qué no, también el cable y el Internet, para reventarse los vídeos de pornografía, y también fingir que trabajaba en la computadora.

Además, se "clavaba" los dineros que alguno de los hijos que vivían fuera de la ciudad le mandaban, y de otros, que, al visitarla, le dejaban su "lana".

Los vecinos fueron testigos que metía a la casa de su madre, ya que la dejaba bien dormida (con sus gotas de Clonazepam), algunas chicas "malas" con las que retozaba en su cuarto.

La esposa de enteró se las andanzas de su consorte, y había ocasiones en que le caía de sorpresa, dándose el gusto de vociferar por todo lo alto que ella era la catedral; corriendo a las chicuelas a medio vestir, y dándole uno que otro gaznatazo al sujeto, para que entrara en razón de que ahí estaba ella para prodigarle amor.

Petra, alguna que otra vez se enteraba del sanquintín, y los corría a todos, le exigía a su hijo que se largara, y que le devolviera sus tarjetas, pero desde luego, que no lo iba a hacer, y otro día amanecía todo silencio, pero la gente al ver salir para su trabajo al “angelito", se cuchicheaban y soltaban risitas burlonas, por el chou que había dado.

Aunque otros vecinos, los que estimaban a Petra, se lamentaban al ver el trato abusivo del hijo, la imprudencia de la nuera, y la impotencia que sentían de no poder intervenir para ponerla a salvo.

Recientemente me he enterado que las cosas siguen igual, y que Petra ya nada más pide morirse, para no estar aguantando esa situación.

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