Tepic, Nayarit, jueves 21 de noviembre de 2024

El desastre que no vemos

Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara

12 de julio de 2013

Tú corres blandamente bajo la fresca sombra

que el mangle con sus ramas espesas te formó

y duermen tus remansos en la mullida alfombra

que dulce primavera de flores matizó.

Tú juegas en las grutas que forman tus riberas

de ceibas y parotas del bosque colosal;

y plácido murmuras al pie de las palmeras

que esbeltas se retratan en tu onda de cristal.

Ignacio Manuel Altamirano. “A un río del trópico”


Hay desastres que vemos y otros que no. El río se desborda en un cauce olvidado mientras frágiles casas se han instalado en las orillas. Pero un día, el río recupera la memoria de su andar. Entonces vuelve lodo lo que tenía que ser agua clara.

La lluvia llegó con su amasijo de lodo, de troncos arrancados, de basura. Llegó con su furia de verano. Volteó los coches de las aceras, levantó el pavimento, desapareció a los niños. Nos dimos cuenta, entonces, de la fragilidad de la vida. Desapareció las fotografías que habíamos fijado a las paredes.

Las víctimas de ello son los mismos pobres que ya lo eran: la población estadísticamente vulnerada que hoy ha quedado en otra pobreza, la que ocasiona la furia de la naturaleza y el olvido de las políticas.

Llamamos tromba a una tormenta del verano que al mismo tiempo es viento y trueno, sin que las conjuras de las abuelas nos ayuden a desbaratarla: tocar la culebra de agua con los deditos de un recién nacido. ¡Ay, abuela Cayetana, como añoro tus certezas!

¿Cómo hacemos para sacar el lodazal de las viviendas? ¿Para limpiar las aceras, quitar la basura, dar agua fresca a los que viven ahí? ¿cómo duermen los damnificados sobre camas de barro?

Ante este desastre se requiere solidaridad humana, no caridad. No espectaculares de la bondad sino acciones que resuelvan problemas.

El Estado muestra sus límites. No está preparado para atender estos desastres. Tampoco se hace algo para prevenirlos. Año con año inician los desastres por sequías, siguen los incendios de  las montañas, luego la desazón de las inundaciones, después el deterioro de las heladas. Pero no son los acontecimientos naturales los desastres sino la falta de previsión.

Cada año nos sorprende la naturaleza como si fuera algo nuevo, como si no supiéramos que va a ocurrir.

El desastre de Xalisco lo vemos. Está ahí en su ignominia sobre los habitantes cuyas pérdidas alcanzan la vida misma. Hay otros desastres que no vemos: la politización de las ayudas, la mediatización de las obligaciones del Estado; la transmutación de  los gobernantes en salvadores, en héroes cuando simplemente están obligados a desplegar acciones para prestar ayuda.

¿Cuál es el mérito en cumplir lo que se tiene que cumplir?

El desastre de la banalización de la política: gobernar a golpe de espectaculares donde la comunicación sustituye la vida ciudadana.

 [1] Socióloga. Investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit [email protected]

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