De la oficialidad vergonzante a la insurrección cívica
César Ricardo Luque Santana
03 de julio de 2013
Rendir tributo a la verdad es más fácil decirlo que hacerlo. Constantemente he visto posteos en el Facebook de jóvenes dirigentes de la FEUAN -algunos de los cuales conozco y aprecio- tratando de defender lo indefendible, atrapados en un conflicto personal en virtud de sus intereses creados. Entre los mensajes difundidos está un posicionamiento de su dirigente Aldrete quien tras admitir a regañadientes que se está solapando el desvío de dineros destinados a la UAN en que incurrió Ney González (el cual es constitutivo de un delito), y de que existe un malestar social por ese hecho y por querer hacer pagar al pueblo los platos rotos por otros despojándolo de un predio público, recurre a la falacia de ad misericordiam arguyendo con un pragmatismo de la peor ralea, que la UAN necesita que le finiquiten ese pago “haiga sido como haiga sido”, es decir, haciendo abstracción de las condiciones y consecuencias que envuelven esa necesidad.
Pero no cabe admitir –y menos viniendo de jóvenes- posturas antiéticas y acríticas parapetadas en la perversa máxima de que “el fin justifica los medios”, porque cuando se tienen fines nobles y legítimos, los medios deben ser adecuados a ellos, pues de otra manera cabría justificar acciones terroristas que en nombre de la patria, la democracia, el socialismo o Dios masacran a gente inocente. Hay que invertir por tanto la ecuación: son “los medios los que justifican los fines”.
Cuando uno de ellos me dice que “no comparte mi opinión pero la respeta” yo le digo que el respeto no es a las opiniones sino a las personas y que éstas deben ganarse ese respeto. Las opiniones son para debatirse y repudiarse si es necesario. De otro modo caeremos en el relativismo cognitivo que decía Hegel cuando hablaba de la negra noche donde todos los gatos son pardos. Si admitimos que todas las opiniones son válidas entonces ninguna lo es. No hay que confundirse, en una democracia todos tenemos derecho a expresar nuestros puntos de vista, pero en modo alguno todos valen lo mismo. En ese sentido, se supone que uno se pelea contra los problemas más no contra las personas, excepto cuando las personas son parte del problema.
Otra intento por “matizar” este asunto que es muy claro porque ofrece alternativas de solución que no pasen por la impunidad ni por el atraco, consiste en decir que el ejecutivo y los legisladores tienen facultades y legitimidad para tomar este tipo de decisiones. Pero esta postura olvida que la soberanía radica en el pueblo y que el hecho que los “representantes populares” estén en esos cargos por el voto ciudadano, no les da licencia para torcer la ley o para tomar medidas que son lesivas a los intereses de la sociedad. Sostener que el mero voto les da legitimidad independientemente de la ética es tan erróneo como creer que por haber sido electos son gente proba, pues la legitimidad no se agota en el sufragio sino que se refrenda con las acciones de gobierno. De hecho, las reticencias de Sócrates y Platón a la democracia se basaban en que los demagogos pueden engañar a los electores y éstos pueden elegir a mitómanos y cleptómanos como son la mayoría de la clase política, pero en vez de rechazar la democracia como hicieron ellos, es necesario impulsar una democracia participativa en serio donde los gobernantes y representantes no tengan un cheque en blanco, para lo cual se necesita contar con ciudadanos y no con súbditos que rinden pleitesía al poder pensando en su mera conveniencia.
Lo que hay en el fondo en la actitud ambivalente de estos muchachos es ese conflicto entre sus intereses creados por los beneficios de las becas (a veces obtenidas en forma merecida), por las promesas de empleo en la UAN y por las aspiraciones de algunos de hacer carrera política a la sombra de un grupo de poder como es la FEUAN, el cual sólo admite conductas de incondicionalidad lacayuna. Un colega mío lamenta (para explicarse esta actitud contradictoria de los dirigentes feuanos) que haya gente de “tan cortas entendederas”, pero yo creo que si entienden dónde está la verdad y la justicia pero no quieren exponer sus prebendas ni sus expectativas porque son rehenes de una organización corporativa donde la lealtad implica una incondicionalidad y sumisión que raya el abyección. Con esta actitud queda de manifiesto el miedo a la libertad la cual no es una concesión gratuita sino una conquista donde muchas veces se paga un precio. Pero el que la FEUAN sea un poder fáctico con intereses extrauniversitarios se debe
a que las autoridades universitarias en turno se lo han permitido haciéndoles concesiones indebidas y porque el PRI los usa como un instrumento electoral a su servicio.
Pero mientras un grupo de jóvenes universitarios se pliegan por conveniencia personal contra toda razón, muchos ciudadanos de todas las edades y condición social salen a defender con dignidad los espacios públicos, a decir basta a los cleptómanos apostados en los puestos públicos. Y no se limitan a desahogarse en las redes sociales sino que salen a las calles y desafían el abuso de poder. Esta insurrección cívica renovó la fe en lucha social oxigenando nuestra esperanza de construir una sociedad más justa y una democracia participativa donde nuestros gobernantes manden obedeciendo. La fundación popular del “Parque de la Dignidad” es el primer paso en esa dirección. Ojalá que los defensores de canalladas mejor guarden silencio y no traten de vernos la cara con argumentos baladíes exhibiendo de paso su condición de esclavos de un sistema perverso que los convierten en rehenes de la maldad y cómplices del saqueo al erario público, aunque digan que “les duele” apoyar medidas lesivas al pueblo, o hagan malabares verbales para justificar lo injustificable, o se envuelvan hipócritamente en la bandera de la Universidad la cual se debe defender actuando con dignidad y apego a la racionalidad.
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