No hubo vencidos ni vencedores
Sergio Mejía Cano
13 de Octubre de 2022
No deja de sorprender que hoy en día haya mexicanos de ambos sexos que festejen y celebren el 12 de octubre como “el día de la Raza”, siendo que más bien sería un día de luto, pues la invasión y vasallaje que provocó lo que también se le ha dado en llamar “conquista”, produjo infinidad de muertos entre las naciones de lo que fue Mesoamérica, así como su destrucción que, en sí, no lograron del todo.
Pero como dicen los enterados en estas cuestiones de dicha invasión oscura: los españoles de hoy y los mexicanos de ahora, son los mismos de aquellos tristes tiempos, pues ya son otras las condiciones y, si bien hay quien dice que lo hecho, hecho está y no hay cómo remediarlo, el caso es que sí podría haber una forma de remediar en cierto modo el vasallaje que aún continúa y que muchos que se dicen muy mexicanos, aplauden diciendo que estuvo bien que hayan llegado los iberos a “civilizar” a las naciones de esta parte de lo que hoy se denomina el continente Americano.
Está documentado y demostrado que los españoles de aquel entonces trataron de desaparecer las grandes culturas que encontraron a su llegada y, que hay mexicanos y aun otras naciones que siguen tratando de desaparecer esa cultura milenaria que persiste y se muestra renuente a desaparecer. Un claro ejemplo lo vemos en la herbolaria mexicana, la que no deja de ser atacada por grandes laboratorios que tratan de imponerse a la cura con yerbas tradicionales que ya se usaban desde mucho antes de la llegada de aquellos españoles que procedían de un continente oscurantista, dominado por una religión que bloqueaba los conocimientos científicos que se opusieran a su doctrina y creencias; lo mismo que pasa hoy en día en nuestro depauperado país que, de acuerdo a varios analistas, nuestra Nación se atrasó en los avances científicos por la dominación durante más de 300 años y que, por desgracia existen hoy en día mentes oscuras y obtusas que se oponen a los avances científicos dizque porque ofenden a su divinidad.
Por ejemplo, todavía hasta finales de los años 50 del siglo pasado, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, no se permitía la construcción de edificios que superaran en altitud a las torres de la Catedral de la Perla Tapatía; sin embargo, aún así se llevó a cabo la construcción del Condominio Guadalajara, con 24 pisos de altitud que, obviamente rebasaban con mucho la altitud de las torres de la Catedral y, si bien hubo oposiciones de los grupos que señalaban que esto era un sacrilegio, de todos modos se siguió con esa obra que concluyó a principios de los años 60, para después continuar con un hotel de casi la misma altura que dicho Condominio y así seguir después con más edificaciones de gran altura, sobre todo en la zona de la llamada “zona rosa de Guadalajara”, por la avenida Chapultepec, antes Lafayette y ahora, en la zona de “Andares” en el municipio de Zapopan, hay enormes edificios de más de 30 pisos.
Desde siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, por lo que la justificación de los españoles para la destrucción de las grandes culturas de Mesoamérica y más allá, fue que eran unos bárbaros salvajes, que sacrificaban gente, que les sacaban el corazón y de que eran antropófagos y caníbales, entre otros epítetos denostables. Sin embargo, aquellos mismos españoles tenían sus propios sacrificios, tales como la rueda, el potro, la hoguera, el descuartizamiento, la horca, el pozo y así, otras linduras que a aquellos españoles se les hacían más benévolos que el sacar el corazón en vivo y a todo color.
Ah, y también tenían a sus perros amaestrados para destrozar niños y demás nativos que no querían entrar al aro de la sumisión, por lo que mejor los salvaban de la herejía mandándolos al otro mundo.
Y si bien los españoles escribieron la historia a su favor, habría que leer también la otra parte, como el libro “La visión de los vencidos”, del maestro José León Portilla, en donde señala la mayoría de todas las atrocidades cometidas por los españoles en contra de los nativos de las naciones avasalladas; así como también el libro “El pueblo del Sol” de Alfonso Caso y, por lo menos, “El ocaso del quinto Sol” de Adela C. Irigoyen, para así, tener y contar con otra visión de lo que en realidad pudo haber pasado en aquel tiempo; porque en sí, la verdad de lo que ocurrió, solamente los protagonistas.
Así que, como lo dice una placa en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, último reducto de resistencia: “no hubo vencidos ni vencedores”.
Sea pues. Vale.
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