Tepic, Nayarit, martes 03 de diciembre de 2024

Un daño colateral nada más por ser joven en la década de los 70

Sergio Mejía Cano

20 de Mayo de 2022

En la entrega anterior, se mencionó sobre cómo en los años 60 y 70 del siglo pasado, muchos jóvenes fueron perseguidos, apresados y algunos de ellos hasta desaparecidos por las fuerzas federales, debido a las ideas revolucionarias de muchos de estos jóvenes; sin embargo, también hubo daños colaterales con otros jóvenes que, sin deberla ni temerla, igual sufrieron las consecuencias de aquellos actos represivos.

A principio de la década de los años 80, estando un servidor en calidad de trabajador extra en la rama de trenes, en el bello puerto de Mazatlán, Sinaloa y, al ver junto con otros compañeros que íbamos a tener por lo menos dos días de asueto debido a que el tránsito de trenes estaba calmado, nos pusimos de acuerdo para ir a la playa sin preocuparnos porque nos fueran a llamar al servicio, pues ya habíamos hecho bien las cuentas del movimiento de trenes. Al oír otro camarada que iríamos a la playa, se apuntó para acompañarnos; este camarada acababa de llegar de viaje, y yo lo conocía desde mi adolescencia, y si bien me gana como con siete u ocho años de edad, nos hicimos amigos debido a que era del barrio, tenía hermanas guapas y, como yo estaba en un conjunto musical, le gustaba acompañarnos a las pachangas en donde íbamos a tocar.

Al llegar a la playa norte, al quitarse la camiseta este camarada, a todos nos sorprendió mirar que su pecho y panza parecían un mapa y, al ver él nuestra sorpresa, antes de preguntarle qué le había pasado, él mismo comenzó a platicar y más, dirigiéndose a un servidor, diciéndome que si me  acordaba de la balacera que se había suscitado en el kilómetro 40 de la carretera de Guadalajara, Jalisco a Morelia, Michoacán, entre policías de varias corporaciones y un grupo de muchachos que venían de un campo de entrenamiento de práctica de tiro y tácticas guerrilleras que habían instalado los muchachos que, se decían y se sentían revolucionarios, en las inmediaciones de San Isidro Mazatepec, en el municipio de Tala, Jalisco. Ahí quedaron tendidos varios de estos muchachos y, uno de ellos quedó moribundo falleciendo poco antes de que llegaran las ambulancias; sin embargo, al estar agonizando este muchacho de escasos 17 años de edad, no dejaba de pronunciar el apellido de una persona, por lo que los policías que estaban cerca de este muchacho moribundo, tomaron nota del apellido que no dejaba de repetir el muchacho a punto de fenecer debido a las heridas de bala que había recibido.

El apellido que pronunciaba este muchacho, era uno de esos poco comunes (no lo cito porque aún vive y por protección para él y su familia). Así que los policías se dieron a la tarea de investigar en sus bases de datos respecto a este apellido, hasta que dieron con varias personas que lo llevaban, muy pocas por cierto y, al ir investigando a cada una de esas personas con ese apellido, llegaron a la conclusión de que un joven con ese apellido materno trabajaba en el entonces Ferrocarril del Pacífico (FCP), por lo que fueron a las oficinas de la empresa ferroviaria en la ciudad de Guadalajara, Jalisco que, en ese entonces estaban en la avenida Tolsá (hoy Enrique Díaz de León y Libertad); ahí les dijeron que el muchacho con ese apellido estaba asignado como jefe de patio en Culiacán, Sinaloa, y hasta allá fueron por él las autoridades. Este muchacho estaba a punto de entrar a su turno de 00:01 a 07:00 horas, cuando fue aprehendido y de ahí, directo en avión hasta el entonces Distrito Federal.

Comentó este compañero ferroviario que no supo jamás a dónde lo llevaron, pues desde que lo subieron al avión en Culiacán, le pusieron una capucha y no pararon de golpearlo durante todo el viaje. Nos platicó que casi a diario, sin saber la hora, pues siempre estuvo en un cuarto con poca luz, lo metían a un tambo con agua hedionda y luego, lo desnudaban y lo envolvían en un petate mojado y así, colgarlo de los pies o de los brazos, para golpearlo con una varilla corrugada, por lo que le estallaron las vísceras; preguntándole siempre quiénes eran los demás guerrilleros, dónde se reunían, etcétera; algo que en realidad este compañero ignoraba totalmente, pues él ya nada más se dedicaba a trabajar en el ferrocarril y que él ya tenía más de tres meses trabajando en Culiacán, por lo que a la hora de los hechos él no estaba en ese lugar. Y, la única conexión que se descubrió después fue que este ferroviario había sido novio de una hermana del guerrillero muerto a balazos frente a las gasolineras conocidas como “Las Cuatas”.

Sea pues. Vale.

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