Días de guardar
Gilberto Cervantes Rivera
15 de Abril de 2022
**** SEMANA SANTA Y DIAS DE GUARDAR DEBERÍAN SIGNIFICAR LO MISMO; POR EL CONTRARIO SON SINÓNIMO DE VICIO Y DEGRADACIÓN, LOS VACACIONISTAS SABEN QUE VAN PERO NO PUEDEN ASEGURAR SU REGRESO: EL PELIGRO ESTÀ EN LAS AGUAS DEL MAR Y EN LAS CARRETERAS; AUTOMOVILISTAS EN ESTADO DE EBRIEDAD MANEJAN COMO PILOTOS PROFESIONALES Y EN UN DESCUIDO TERMINAN CON UNA VIDA QUE DIOS NOS HA PRESTADO.
****EN LOS AÑOS DE ORO HUMANOS, HOMBRES Y MUJERES BEBÍAN AGUA DIRECTAMENTE DE RIOS, ARROYOS, LAGOS, LAGUNAS Y OJOS DE AGUA; CON EL TIEMPO, LOS GOBIERNOS CIVILIZADOS DECIDIERON VERTER AHÍ EL CONTENIDO DE LOS DRENAJES, EN LUGAR DE DARLES TRATAMIENTO; CON ELLO, CONDENARON A LAS GENERACIONES PRESENTES Y FUTURAS, A ENFRENTAR PERIODOS PROLONGADOS DE ENFERMEDAD Y MUERTE; UN BUEN EJEMPLO DE LO QUE NO DEBE HACERSE SE LLAMA RIO MOLOLOA, AL QUE POLITICOS DE TODAS LAS FILIAS PROMETEN DEVOLVERLE SU VIRGINAL PUREZA; GERALDINE DIJO QUE LAS OBRAS DE SANEAMIENTO EMPEZARÍAN EN EL MES DE MARZO DE PASADO PERO YA VEN MUCHAS MENTIRAS EN POCAS PALABRAS.
Siglos atrás, Dios prometió a Abraham y a Sara que tendrían un hijo de cuya descendencia el mundo sería bendecido. Pero hubo problemas. Abraham y Sara tenían ya sus años y Sara era estéril. Cuando se le dijo que sería la madre del hijo de Abraham, el hijo de la promesa, Sara se rió. Como respuesta a su risa, Dios le dijo lo siguiente a Abraham. “Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo” (Génesis 18:13-14 –palabras en cursiva, del autor). Cuando Dios rescató a la nación de Israel de su esclavitud en Egipto, les condujo por el desierto, donde el ‘menú’ fue una provisión milagrosa de maná. Pero los israelitas comenzaron a murmurar porque no podían disfrutar de la variedad de alimentos que habían comido en Egipto. En respuesta a sus murmuraciones, Dios le prometió a esta gran compañía, una dieta de carne por un mes completo. Si alimentar a los 5.000 fue difícil, imagínense alimentar a ese inmenso grupo. Moisés tuvo los mismos pensamientos y expresó su preocupación a Dios: “Entonces dijo Moisés: Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo estoy; y dices: ¡Les daré carne, y comerán un mes entero! ¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿O se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto? (Números 11:21-22). Pero Dios formuló otra pregunta como respuesta a Moisés; una pregunta de vital importancia para todo creyente en el día de hoy: “Entonces Jehová respondió a Moisés: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra o no” (Números 11:23). La respuesta a esta pregunta es fundamental y la respuesta que la Biblia nos da es clara e inequívoca: “Nuestro Dios está en los cielos. Todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3). “¡Oh Señor Jehová! ¡He aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, no hay nada que sea difícil para ti!” (Jeremías 32:17). “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26) “Jehová de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado; que quebrantaré al asirio en mi tierra, y en mis montes lo hollaré; y su yugo será apartado de ellos, y su carga será quitada de su hombro. Este es el consejo que está acordado sobre toda la tierra, y está, la mano extendida sobre todas las naciones” (Isaías 14:24-26). La primera manifestación del poder de Dios, se ve en la creación del mundo en el que vivimos: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). A través de las Escrituras, la creación del mundo se cita como un testimonio preciso del poder de Dios. (Al músico principal. Salmo de David) “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz. Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el termino de ellos; y nada hay que se esconda de su calor” (Salmo 19:1-6) “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos. Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió. Jehová hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los pueblos. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones. Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová. El pueblo que él escogió como heredad para sí” (Salmo 33:6-12). En el Salmo 33, los cielos testifican la existencia de Dios y Sus atributos, proclamando así, Su gloria (Salmo 19:1-6). David continúa con el tema de la proclamación de la creación del carácter de Dios, en el Salmo 33, donde se resalta el poder de Dios. En el versículo 6, se deja manifiesto el poder de Dios al crear el mundo, enfatizando que todo eso se llevó a cabo sólo con la palabra (ver Génesis 1:3ss; Hebreos 11:3; 2ª Pedro 3:5). En el versículo 7, David indica que Dios no sólo creó los cielos. También los controla. Y en los versículos 10 y siguientes, David sigue contándonos que de la misma forma, Dios controla el quehacer del hombre; Dios está en control de la historia. (Al músico principal. Salmo de David, siervo de Jehová, el cual dirigió a Jehová las palabras de este cántico el día que le libró Jehová de mano de todos sus enemigos, y de mano de Saúl. Entonces dijo:) “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos. Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del Seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte. En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. La tierra fue conmovida y tembló; se conmovieron los cimientos de los montes, y se estremecieron, porque se indignó él. Humo subió de su nariz, y de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él encendidos. Inclinó los cielos, y descendió; y había densas tinieblas debajo de sus pies. Cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento. Puso tinieblas por su escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad de aguas, nubes de los cielos. Por el resplandor de su presencia, sus nubes pasaron; granizo y carbones ardientes. Tronó en los cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizo y carbones de fuego. Envió sus saetas, y los dispersó; lanzó relámpagos, y los destruyó. Entonces aparecieron los abismos de las aguas, y quedaron al descubierto los cimientos del mundo, a tu reprensión, oh Jehová, por el soplo del aliento de tu nariz. Envió desde lo alto; me tomó, me sacó de las muchas aguas. Me libró de mi poderoso enemigo, y de los que me aborrecían; pues eran más fuertes que yo. Me asaltaron en el día de mi quebranto, mas Jehová fue mi apoyo. Me sacó a lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí” (Salmo 18:1-19). El Salmo 18 es una alabanza a Dios por Su fuerza, una fuerza en la que David puede refugiarse (ver versículos 1 y 2). En los versículos 3 al 7, le alaba por el rescate que le ha otorgado de la mano de su enemigo Saúl (ver versículo 1). David estaba muy afligido y Dios lo rescató. En los versículos 7 al 15, David retrata poéticamente, la respuesta de Dios a su llamado de ayuda, como si Dios llamara a todas las fuerzas de la naturaleza para lograrlo. En una palabra, David le cuenta a sus lectores, por así decirlo, que Dios moverá cielo y tierra para rescatar a Sus hijos de la aflicción. Debemos confiar en Dios y encontrar en Él un lugar de refugio, pues Él es el único Dios verdadero cuyo poder incluye el control de todas las fuerzas de la naturaleza. Después de haber desplegado todo Su poder, la segunda demostración del poder de Dios, lo podemos ver en Éxodo: “Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto. Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel. (Éxodo 5:1-2 – palabras en itálicas del autor). La terquedad que demostró Faraón, fue un designio divino. Mientras Faraón endurecía su propio corazón, al mismo tiempo Dios se lo endurecía más aún de manera que se le resistiera, proveyéndole a Él la oportunidad de demostrar Su poder a los egipcios, a los israelitas y a las naciones que les rodeaban: “Y yo endureceré el corazón de fe Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos” (Éxodo 7:3-5). “Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel que aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo” (Éxodo 14:30-31). “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnifico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios? Extendiste tu diestra; la tierra los tragó. Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada. Lo oirán los pueblos, y temblarán; se apoderará dolor de la tierra de los filisteos. Entonces los caudillos de Edom se turbarán; a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; se acordarán todos los moradores de Canaán. Caiga sobre ellos temblor y espanto; a la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra; hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová. Hasta que haya pasado este pueblo que tú rescataste” (Éxodo 15:11-16) La nación de Israel alabó a Dios por el poder que desplegó al rescatarles de la esclavitud en Egipto. Confesaron que su salvación comprobó que Dios era Dios y que el conocimiento de su rescate provocaría el terror en el corazón de las demás naciones. Vieron el rescate como una prueba del poder de Dios y como la seguridad de su entrada a la tierra que Dios les había prometido. Realmente, el éxodo fue una demostración de la omnipotencia de Dios. Más tarde, Moisés recordaría a la segunda generación de israelitas, este gran evento y el gran poder de Dios, del cual había testigos: “Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y hechos aterradores como todo lo que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él. Desde los cielos te hizo oír su voz, para enseñarte; y sobre la tierra te mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego. Y por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de ellos, y te sacó de Egipto con su presencia y con su gran poder” (Deuteronomio 4:32-37). Y así, en los últimos libros del Antiguo Testamento, la creación del mundo y la creación de la nación de Israel (por medio del éxodo), se convierte en el gran tema. En el libro de Salmos, estos eventos y el poder de Dios, del cual ellos son testigos, llegan a ser el fundamento de la esperanza de Israel, para su adoración y alabanza: “Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos. Hace subir las nubes de los extremos de la tierra; hace los relámpagos para la lluvia; saca de sus depósitos los vientos. Él es quien hizo morir a los primogénitos de Egipto, desde el hombre hasta la bestia. Envió señales y prodigios en medio de ti, oh Egipto, contra Faraón, y contra todos sus siervos. Destruyó a muchas naciones, y mató a reyes poderosos; a Sehón rey amorreo, a Og rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán. Y dio a la tierra de ellos en heredad, en heredad a Israel su pueblo” (Salmo 135:5-12). Los profetas protagonizaron muchos de estos eventos y fueron testigos del poder de Dios, el cual daban a conocer. Lo hacen porque están haciendo un llamado a Israel para confiar en Dios y poner sus esperanzas en Él. Lo hacen porque hablan incluso de eventos mayores que Dios hará y que involucrarán una “nueva creación” y por lo tanto, necesita el poder que sólo Dios, el Creador tiene: “Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan: Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz a las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas. Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:5-8). “Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo” (Isaías 44:24). “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé” (Isaías 45:12). “¿Por qué cuando vine, no hallé a nadie, y cuando llamé, nadie respondió? ¿Acaso se ha acortado mi mano para no redimir? ¿No hay en mí poder para liberar? He aquí que con mi reprensión hago secar el mar; convierto los ríos en desierto; sus peces se pudren por falta de agua, y mueren de sed. Visto de oscuridad los cielos, y hago como silicio su cubierta” (Isaías 50:2-3). Mientras Jeremías estaba en prisión en Jerusalén, fue instruido por Dios para que comprara una propiedad en Judá que le pertenecía a un familiar suyo, aún cuando ya se había iniciado el período de la cautividad de la nación en Babilonia. La oración de Jeremías en respuesta a esta acción, nos revela la conciencia que tenía del poder de Dios, demostrado en la creación y en el éxodo: “¡Oh Señor Jehová! He aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti; que haces misericordia a millares, y castigas la maldad de los padres en sus hijos después de ellos; Dios grande, poderoso, Jehová de los ejércitos es tu nombre; grande en consejo, y magnífico en hechos; porque tus ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras. Tú hiciste señales y portentos en tierra de Egipto hasta ese día, y en Israel y entre los hombres; y te has hecho nombre, como se ve en el día de hoy. Y sacaste a tu pueblo, Israel de la tierra de Egipto con señales y portentos, con mano fuerte y brazo extendido, y con terror grande; y les diste esta tierra, de la cual juraste a sus padres que se la darías, la tierra que fluye leche y miel; y entraron, y la disfrutaron; pero no oyeron tu voz, ni anduvieron en tu ley; nada hicieron de lo que les mandaste hacer; por tanto, has hecho venir sobre ellos todo este mal. He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla, y la ciudad va a ser entregada en mano de los caldeos que pelean contra ella, a causa de la espada, del hambre y de la pestilencia; ha venido pues, a suceder lo que tú dijiste, y he aquí lo estás viendo” (Jeremías 32:17-24). Las profecías del Antiguo Testamento, relacionadas con el Mesías que había de venir, incluyen el poder de Dios. Fue llamado el “Dios Poderoso” (Isaías 9:6). Cuando el nacimiento del Mesías fue anunciado a María, se le dijo que este milagroso nacimiento virginal se llevaría a efecto, mediante el poder de Dios: “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elizabeth, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:34-37). El poder de nuestro Señor, se evidenció a través de muchos milagros que llevó a efecto (ver Hechos 2:32; Juan 3:2). El pueblo estaba anonadado por la evidencia de Su poder: “Y todos se maravillaban de la grandeza de Dios” (Lucas 9:43a). Cuando Juan el Bautista, comenzó a tener pensamientos encontrados con respecto a Jesús, nuestro Señor le envió estas palabras: “Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres les es anunciado el Evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Marcos 11:4-6). Jesús dejó bien en claro que Su poder se extendía más allá del reino físico. Usó Su poder de sanidad, para demostrar que Su poder se extendía al del perdón de los pecados (Lucas 5:17-26; ver también Mateo 9:1-8; Marcos 2:1-12). La mayor demostración del poder de nuestro Señor, fue Su capacidad de resucitar a los muertos. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). “Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal.. Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:38-40). “…que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4). En Su primera venida, a unos pocos se les dio la oportunidad de vislumbrar el completo poder de nuestro Señor (ver Marcos 9:1-8; 2ª Pedro 1:16-19). Pero deja muy en claro, que en Su segunda venida, todos le verán llegar con poder: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30). “Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mateo 26:64). El último libro de la Biblia, enfatiza el poder del Señor Jesucristo: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos, y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5:11-12). Dios es omnipotente, lo creamos o no. Pero es de suma importancia que creamos que Él es omnipotente. Estar conscientes en forma personal del poder de Dios, transformará nuestro pensamiento y nuestras acciones. Consideremos estas ilustraciones de la manera cómo el poder de Dios transformó las vidas de varios hombres de la Biblia.Primero, fijémonos en Abraham. Aquí tenemos a un hombre que al comienzo de su vida, tenía grandes dudas del poder de Dios. Pero al final, la firme creencia en Su poder, le permitió actuar de una forma tal que hace de él un modelo de fe para todos los cristianos. En los primeros años de su vida, Abram carecía de confianza en el poder de Dios. Partió hacia la tierra de Canaán, obedeciendo la revelación que recibió de Dios (ver Génesis 12:1-3). Pero cuando llegó una gran hambruna a la tierra, Abram se dirigió a Egipto; una decisión que pareciera no haber sido tomada por fe en el poder de Dios o en Sus promesas. Cuando él y Saraí llegaron allí, se comportaron como lo hacían habitualmente la mayoría de los matrimonios (ver Génesis 20:30) —engañaron a los demás con respecto a la relación que tenían entre ellos. Llevó a su esposa a una tierra extraña. Porque “no hay temor de Dios en este lugar” (Génesis 20:11), creyó que el poder de Dios estaba en alguna manera anulado. Pareciera ser que Abram pensó que el poder de Dios sólo era suficiente para protegerlo cuando se encontraba en el lugar correcto y cuando la gente de aquel lugar tenía temor de Dios. Qué necio consideramos ahora el pensamiento de Abram. Dios no sólo lo protegió a él, sino que también protegió a Saraí, su esposa. Abram sobrevivió y Saraí no fue la mujer de ningún otro hombre. Abram también prosperó en aquellos lugares extranjeros, no sólo sobreviviendo sino que también adquiriendo una mayor riqueza (ver Génesis 12:20-13:2; 20:14-16). De hecho, Dios fue lo suficientemente poderoso como para cerrar toda matriz de las mujeres que vivían en el reino de Abimelec y en Gerar (Génesis 20:17-18). Abram no creyó que el poder de Dios era suficiente como para permitirle a él y a su esposa Saraí, tener un hijo porque ya eran ancianos y además, Saraí era estéril. Por lo que Abram pensó en engendrar un hijo en una forma más fácil; primero adoptando a uno de sus siervos como hijo (Génesis 15:2) y después tener un hijo tomando como concubina a una sierva de su mujer, Agar (Génesis 16). Dios tenía el propósito de darle a Abram un hijo en una forma tal de demostrarle Su poder, haciendo en forma milagrosa que Sarai, una mujer ya anciana y que había sido estéril toda su vida, concibiera un hijo. La gran prueba en la vida de Abraham vino cuando Dios le ordenó llevar a su hijo —aquel hijo en quien descansaban todas sus esperanzas— a sacrificarlo en el monte Moriah (Génesis 22:1-19). Aquí, Abraham se vio obligado a obedecer a Dios y el Nuevo Testamento nos dice claramente cómo lo pudo hacer —se convenció del poder de Dios que le permitió resucitar a su hijo de la muerte: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia, pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19 – énfasis del autor). Las palabras claves aquí, son “Dios es poderoso”. Lo que Abraham creía de las palabras “Dios es poderoso”, era su creencia del poder de Dios de resucitar a los muertos. Abraham tuvo un fe resucitada, al igual que la tendremos todos nosotros (ver Romanos 10:9). El crecimiento de la fe de Abraham, va en forma paralela a la creencia en el poder de Dios —ya fuera el poder de darle a dos personas “cuyos cuerpos estaban ya como muertos” con respecto a engendrar un hijo (Romanos 4:18-21)— o el poder para resucitar a un hijo de la muerte. Abraham, quien comenzó con una fe pequeña en el poder de Dios, creció hasta tener una fe enorme en Su poder. En alguna forma, la fe de David en el poder de Dios, disminuyó con el tiempo. Cuando recién conocemos a David, él está preparado para luchar contra Goliat, el gigante que arrogantemente dijo blasfemias en contra de Dios. David tenía confianza, no en sus habilidades naturales, sino en la habilidad de Dios para silenciar al pagano, matándole con su honda: “Dijo Saúl a David; No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud” (1 Samuel 17:33). “Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba, y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de ese filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, Jehová esté contigo” (1 Samuel 17:36-37). El problema de David era que él, al igual que la nación de Israel, comenzó a tomar crédito por lo que Dios hizo con Su poder. Dios había advertido a los israelitas acerca de este falso orgullo: “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Deuteronomio 8:11-14). “…y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar con su pacto que juró a tus padres, como en este día” (Deuteronomio 8:17-18). Creo que esto es precisamente lo que ocurrió con David. Tomar demasiado crédito por lo que Dios ha hecho, parece haber sido la razón de dos de los pecados más serios y devastadores de David. Dos veces en la biografía de David, leemos que se ausentó de la guerra, en circunstancias que entonces, era costumbre que los reyes fueran a ella: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas y sitiaron a Raba; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de inmundicia, y volvió a su casa” (2 Samuel 1-4 – palabras en itálicas del autor). “Aconteció a la vuelta del año, en el tiempo que suelen los reyes salir a la guerra, que Joab sacó las fuerzas del ejército, y destruyó la tierra de los hijos de Amón, y vino y sitió a Raba. Mas David estaba en Jerusalén; y Joab batió a Rabá, y la destruyó” (1 Crónicas 20:1 – palabras en itálicas del autor). “Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel. Y dijo David a Joab y a los príncipes del pueblo: Id, haced censo de Israel desde Beerseba hasta Dan, e informadme sobre el número de ellos para que yo lo sepa. Y dijo Joab: Añada Jehová a su pueblo cien veces más, rey señor mío; ¿no son todos estos siervos de mi señor? ¿Para qué procura mi señor esto, que será para pecado de Israel? Mas la orden del rey pudo más que Joab. Salió, por tanto, Joab, y recorrió todo Israel, y volvió a Jerusalén y dio la cuenta del número del pueblo a David” (2 Crónicas 21:1-4 - palabras en itálicas del autor). Bien pueden ser estos dos hechos —cuyas descripciones en las Escrituras, están separadas la una de la otra— el resultado del mismo error por parte de David: el no haber ido a la guerra con sus tropas. En ambos casos, Israel estaba en guerra con Rabá. En ambos casos, en la primavera, cuando por lo general los reyes iban a la guerra, David no lo hizo. Se quedó en casa. Y el resultado fue que terminó en la cama con la esposa de un soldado fiel y eventualmente se convirtió en un aliado secreto del ejército enemigo para asesinar al soldado Urías, y así ‘esconder’ su pecado. En el segundo caso, David hizo un censo de las tropas, hecho que dio como resultado que la ira divina cayera sobre la nación de Israel. Los resultados del pecado de David, están notoriamente expuestos en estos textos del Antiguo Testamento. Mi propósito aquí es considerar el porqué David prefirió quedarse en casa, en vez de ir a la guerra, como lo hacían normalmente los reyes y como debió David haberlo hecho. Podría sugerir que David comenzó a tomar crédito de las victorias que Dios había obtenido con Su poder. Parece que David estaba tan confiado en la fuerza que tenía sobre sus adversarios, que ni siquiera era necesario ir a la guerra con sus tropas. Igual podía cumplir como comandante y jefe, mientras estaba entre las sábanas y es aquí, entre las sábanas, donde David perdió la mayor de las batallas de su vida. Así es que también instruyó a Joab y a los príncipes de Israel, hacer un censo del ejército de Israel. Aún cuando Joab le advirtió enérgicamente que no lo hiciera, David insistió, con un gran costo para los israelitas. Pero, ¿por qué necesitaba hacer un censo a los israelitas? Por la misma razón que muchos de nosotros llevamos un registro de las ‘decisiones que hacemos por Cristo’ o ‘de las veces que le atendemos en la semana’ (que en sí no es malo). Muchos de nosotros necesitamos y queremos los números, porque creemos que hay fuerza en ellos. Pareciera que David censó a los israelitas, para tener más confianza y triunfar en las batallas que debía librar en contra de los enemigos de la nación de Israel. Los 300 hombres de Gedeón, no le habrían dado confianza a David en ese momento de su vida. Al parecer, David consideró las victorias de Israel como suyas y la fuerza de Israel en números, como su fuerza. Estaba equivocado. David nunca fue más fuerte que en su debilidad juvenil, cuando se paró al frente de Goliat, con el poder de Dios y no en sus propias fuerzas. La vida de Daniel y de sus tres amigos, registrada en el libro de Daniel, nos entrega otro ejemplo de la forma en que la fe en el poder de Dios, hace de los hombres de fe, héroes de la fe. Cuando Daniel se negó a dejar de orar a su “Dios”, el rey Darío se vio forzado con renuencia, a echarlo a un foso con leones. Las últimas palabras de Darío antes de dejar a Daniel en el foso de los leones, expresaron su esperanza en que el Dios de Daniel, lo librara: “Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, el te libre” (Daniel 6:16). El rey estaba en lo correcto y las palabras que dijo como respuesta a la liberación divina de Daniel, dan crédito, en lo que estos pueden dar, a Dios, mediante cuyo poder Daniel fue liberado “del poder de los leones”: “De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. Él salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones” (Daniel 6:26-27).
Asimismo, fue a través de la fe de los tres amigos de Daniel en el poder de Dios, que Nabucodonosor, hizo una confesión similar. Nabucodonosor había hecho erigir una gran estatua de oro, delante de la cual todos los hombres debían inclinarse para adorarle cuando los músicos del rey, lo ordenaban. Sadrac, Mesac y Abed-nego se negaron a inclinarse frente a esta imagen, enfureciendo con esto al rey, quien les amenazó, como sigue: “Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad, Sedrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, no adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; y ¿qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:14-15 – palabras en itálica, del autor). ¡Qué desafío al poder de Dios! Observen la respuesta de los tres amigos de David. Su respuesta es, primero que nada, una expresión de fe en el poder de Dios capaz de hacer cualquier cosa que Él desee. Segundo, es una expresión de sumisión por parte de estos hombres a la voluntad de Dios, que podría librarlos del fuego o conducirlos a través de éste a una muerte feroz (comparar con Filipenses 1:19-24): “Sedrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro rey a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos libra. Y si no, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18). De hecho, Dios libró a estos tres hombres de una forma que jamás se lo hubieran imaginado. Más que tenerlos apartados del fuego, los sacó de él vivos y sin ni siquiera olor a humo en sus vestimentas (ver 3:27). Nabucodonosor prontamente aprendió otra lección relacionada al poder de Dios, comparándolo con el ‘suyo’. Descubrió que su ‘poder’ le había sido dado por el Dios de todo poder. Después que Dios lo humilló y le quitó el poder, tomó conciencia y decretó lo siguiente: “Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (Daniel 4:1-3). “Mas al fin del tiempo, yo Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta’ y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga ¿Qué haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo, Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel 4:34-37). Nadie que tome la Biblia seriamente, puede negar el poder de Dios. Él es omnipotente; Él es Todopoderoso. Esta verdad transformó la vida de muchos hombres en el pasado y puede transformar las nuestras hoy día. Permítanme sugerirles varias maneras en que el poder de Dios se cruza con nuestras vidas. (1) Lo primero que haremos, a la luz del poder de Dios, es temer, honrar y servir a Dios y sólo a Dios. “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, no las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:1-6; ver también Josué 4:23-24; Salmo 115:1-15). (2) Reconocer que la Biblia nos enseña acerca de Dios, que es infinitamente poderoso y debiera eliminar la palabra ‘imposible’ de nuestro vocabulario. Con cuánta frecuencia excusamos nuestro pecado, apelando a nuestra inhabilidad humana. “Pero si soy humano”, decimos. Así es; pero Dios no sólo nos ha salvado con Su poder. También obra en nosotros para santificarnos por ese mismo poder. “Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:8-11). “[Oro para que Él esté] alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1:18-21). “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:14-20). “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:9-12). “…para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:29). (3) Nuestra debilidad no es una barrera para el poder de Dios. Más bien, el reconocer nuestra debilidad, es la base para volvernos a Dios, dependiendo de Su poder que obra en nosotros. Así, Dios recibe toda la gloria: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2ª Corintios 4:7). “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2ª Corintios 12:7-10). Cuando ministramos en el poder de Dios, no necesitamos confiar en nuestras propias fuerzas ni en los métodos humanos. En realidad, ni nos atrevemos a hacerlo. Por medio de la ‘debilidad’ de la cruz, Dios trajo salvación al hombre y por medio de éste, proclamó Su evangelio. A través de métodos débiles y poco impresionantes, el evangelio es proclamado confiando en el poder de Dios, para convencer y convertir a los pecadores. De esta forma, los hombres deben dar la gloria a Dios y deben confiar en Él y en Su poder; no en los hombres: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1ª Corintios 1:20-24). “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a los fuertes; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloríe, gloríese en el Señor” (1ª Corintios 1:26-31). “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1ª Corintios 2:2-4). No es esta la forma en que hoy día actúa la iglesia. Cuando predicamos, empleamos los métodos de marketing de nuestros días, que han probado ser exitosos en los resultados obtenidos. Empleamos las mismas técnicas persuasivas del que vende jabón y cereales para el desayuno. Cuando intentamos entrenar y desarrollar líderes, más bien los entrenamos para ser líderes siguiendo el modelo y método de la cultura secular y no les enseñamos a ser siervos. La iglesia, cada vez más se conduce en base a los principios de ‘buenos negocios’, que en los principios bíblicos. Y ofrecemos ‘terapia’ en una versión pobre de la sicología y psiquiatría secular, más que desafiar a los hombres y mujeres a pensar de acuerdo a lo que la Biblia dice y a obedecer la Palabra de Dios. ¿No les parece que la evangelización se parece bastante al estado de la iglesia que Pablo tristemente describe como la iglesia de los últimos días? “Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2ª Timoteo 3:5). Si realmente creyéramos en la omnipotencia de Dios, primero acudiríamos a Él en oración y no como un último recurso después de haber agotado todos nuestros métodos y haber fallado. Nos olvidaríamos poner nuestra confianza en los ídolos de nuestros días y confiaríamos en Él. Humildemente reconoceríamos que todas las bendiciones que tenemos son un regalo de Su gracia y el resultado, de la obra de Su poder. Nuestras oraciones estarían llenas de alabanza y acciones de gracias, considerando a Dios como la Fuente de toda bendición. Estaríamos llenos de fe y esperanza, sabiendo que ningún propósito de Dios puede ser perverso (2 Crónicas 20:6) y que toda promesa que Dios ha hecho, ha sido cumplida en Su tiempo y exactamente en la forma en que Él la ha prometido. Si realmente comprendiéramos el poder de Dios, no le daríamos tanto crédito a Satanás. No le veríamos tanto como si él y Dios fueran rivales cercanos que han luchado durante siglos. No consideraríamos que al final, Dios vencerá a este, nuestro enemigo a muerte. Consideraríamos que Dios es el Creador y Satanás no es más que una criatura. Sabríamos que el poder de Dios es infinito, mientras que el de Satanás es finito. No minimizaríamos el poder de Satanás; pero tampoco exageraríamos su poder. Dios no está luchando con Satanás, con la esperanza de vencerlo; Satanás ya es un enemigo vencido, cuyo deceso final es una realidad (Juan 12:31; 16:11; Lucas 10:18). Mientras tanto, Dios está usando a Satanás y su rebeldía, para lograr Sus propósitos (ver 2ª Corintios 12:7-10). Si verdaderamente comprendiéramos y creyéramos en el poder de Dios, no creeríamos las mentiras de los ‘evangelistas de buena vida’, aquellos mercachifles que arreglan sus bolsillos, asegurándoles a los dadores que Dios está allí con todo Su poder, ansioso por cumplir sus requerimientos. Exigen, basados en el poder de Dios ‘por fe’, ciertas posesiones, como dinero y sanidad. Dicen: “Dios no quiere que suframos, sino que prosperemos”. Si realmente creyeran en el poder de Dios, sabrían que ese poder también nos puede sostener a través del sufrimiento y de la aflicción, de la misma manera que puede evitar ese sufrimiento o esa aflicción. Se niegan a aceptar que Dios, con frecuencia, obra a través del sufrimiento para sostener y purificar a los santos y para mostrarnos Su gracia y poder sobre el mundo perdido y desfallecientes. (ver nuevamente, 2ª Corintios 12:7-10).Si verdaderamente creyéramos en el poder de Dios, no estaríamos tan reacios a obedecer aquellos mandamientos de Dios, que aparentemente nos dejan vulnerables (como: “vende todas tus posesiones y entrégaselas a los pobres”; lea 1ª Corintios 7:29-30, para tener una versión más general). Y no nos excusaríamos a nosotros mismos por no obedecer esos mandamientos ‘imposibles’ como: “ama a tu enemigo” Viviríamos nuestras vidas en una forma muchos más arriesgada si realmente creyéramos que Dios es omnipotente. “[Oro para que Él esté] alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (Efesios 1:18-19). “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:16-19)….PALESTRAZO: SEMANA SANTA Y DIAS DE GUARDAR DEBERÍAN SIGNIFICAR LO MISMO; POR EL CONTRARIO SON SINÓNIMO DE VICIO Y DEGRADACIÓN, LOS VACACIONISTAS SABEN QUE VAN PERO NO PUEDEN ASEGURAR SU REGRESO: EL PELIGRO ESTÀ EN LAS AGUAS DEL MAR Y EN LAS CARRETERAS; AUTOMOVILISTAS EN ESTADO DE EBRIEDAD MANEJAN COMO PILOTOS PROFESIONALES Y EN UN DESCUIDO TERMINAN CON UNA VIDA QUE DIOS NOS HA PRESTADO.
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