Tepic, Nayarit, sábado 23 de noviembre de 2024

El teatro es primero en tiempo

Oscar González Bonilla

26 de Marzo de 2022

En la ocasión presente correspondió a Luis Alberto Bravo Mora, en su calidad de director de Escena, pronunciar el mensaje en alusión al Día Internacional del Teatro.

La cita en el estrecho espacio de una cafetería al poniente de la ciudad capital de Nayarit, el hombre, por años dedicado a la actividad teatral, rememoró que desde 1962 se realiza este acontecimiento de dirigir comunicación pública, en el plano de actores de reconocimiento mundial.

En la localidad desde hace 15 años en el marco de la Feria de Teatro, festividad que organiza Ensamble Teatral TITUBA, el actor nacional invitado era el responsable de hacer patente el discurso por el Día Internacional de Teatro.

En esta ocasión Luis Bravo abrió su alocución en relación a una frase del también director escénico Luis de Tavira: “No todo es teatro, porque si todo fuera teatro, entonces nada sería teatro”.

Argumentó que desde hace dos años pareciera que el teatro entró en una crisis de exterminio entre sus propios hacedores. Y aunque esto no es la primera vez que le pasa al teatro a través de la historia, hoy nos parece, más que inquietante, desolador. ¿Pandemias? Claro que las ha padecido muchísimas veces. El avance tecnológico con la llegada del cine, después de la televisión, por mencionar sólo un dato, parecían anunciar el fin del teatro. Pero hoy nos llegó, al parecer todo junto, y mucho más, sacando lo peor de nosotros mismos como seres humanos.

En tiempos en los cuales la empatía debería hacerse presente, resulta que es la más ajena a todos, pero nadie se atreve a hablar de ello, o señalarlo, porque saben que el día de mañana, si la pandemia no se levanta, tendrán que ser empáticos con el vecino, con el compañero de trabajo, con el indigente o cualquier otro desconocido, incluso alguien o miles a cientos de kilómetros de distancia. Y esa empatía, hoy tan socorrida en los supuestos discursos de lucha, les puede costar el alimento del día o las dosis de vacuna para él o alguien de su familia, incluso la oportunidad de un nuevo trabajo o tal sólo la conveniencia de mantener el actual.

La empatía pues nos puede costar bastante cara, incluso nos puede costar la vida, porque hablar del confort, ese desde hace dos años lo hemos perdido, desde el momento que ya no hacemos lo que nos gusta y como nos gusta.

Luis Bravo precisó que hoy ya no nos miramos al espejo como antes lo hacíamos, cuando prevalecía entre nosotros, quizá, la vanidad de vernos bien, o engañarnos que nos veíamos bien, y con eso nos sentíamos satisfechos. Hoy esquivamos esa mirada al espejo, lo hacemos de reojo, o lo menos que se pueda. No queremos ver ese rostro que permanece la mayoría del tiempo oculto con un cubrebocas, mismo que se ha convertido en el elemento más importante de nuestro auge del día. Ese pequeño elemento que hasta hace dos años no era tan ajeno, hoy con él podemos entrar a cualquier parte con el rostro cubierto, incognitos en la realidad e incógnitos en la virtualidad.

Hoy lavamos nuestras manos cada cinco minutos como borrando todas las huellas en ese lapso de tiempo ya transcurrido, y con ello se van de nuestra memoria también de los momentos apenas vividos. Hoy no abrazamos, no besamos, no damos la mano con el apretón que nos decía: estamos contigo, que gusto verte, cuídate mucho. Hoy todo eso desapareció, y en nuestra naturaleza aún no sabemos descifrar las miradas o interpretar los silencios. Estamos más incomunicados que nunca a pesar de toda esa tecnología que insiste con engañarnos con una cercanía inexistente.

Ante estas cosas, ¿cómo hablar de empatía? Y así surgen muchas preguntas a esta nueva normalidad. Perdemos credibilidad en las instituciones porque no se adaptan a la misma velocidad que nuestras necesidades. Todo en el sistema se está quedando atrás: leyes, derechos, reglamentos, educación, salud y, claro, la cultura y el arte también. Pero hay un espejo que sigue allí esperándonos, en lo frío de una butaca, vigilándonos a todos y cada uno de nosotros para mostrarnos la miseria a la que estos nuevos tiempos nos están llevando, pero también para darnos un poco de esperanza radicada en el sueño del mañana, pero escrita en la historia del ayer, donde se puede leer que a pesar de todo esto nos sabremos adaptar, como lo hemos hecho por cientos de años. Ese espejo que se niega a desaparecer y que hoy más que nuca nos refleja con todos nuestros defectos y las pocas virtudes que aún nos restan.

El cine, la televisión y el internet han perdido esa oportunidad de hacerlo. Al parecer eso sólo le pertenece al teatro, y hoy éste reclama su derecho histórico, porque después de todo el que es primer el tiempo, es primero en derecho.

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