La crisis capitalista obliga al FMI a desparramar dinero
Octavio Camelo Romero
30 de Septiembre de 2021
Las crisis capitalistas o del sistema capitalista de producción material y social se expresan o manifiestan como un exceso de capital que no encuentra salida o forma de valorizarse. Por definición el capital es un valor que se valoriza a sí mismo. Empero, en su existencia el capital adopta varias formas, como son, entre otras, la forma de mercancía común y corriente, la forma de servicios, la forma de productos financieros, la forma de maquinaria y equipo, la forma de dinero a rédito, etc. Al no encontrar salida, una o varias de estas formas de capital comienza a tener una abundante existencia y a manifestarse como capital ocioso.
El capitalismo planetario ya estaba en crisis antes del covid-19. Sin embargo, el acuerdo tomado por el G20 tras la llegada del coronavirus en el sentido de paralizar la economía mundial, vino a agudizar la crisis capitalista a tal grado que además del capital ocioso que ya existía, se integraba una abundante mano de obra en calidad de desocupada. Esto provocó una fuerte contracción del consumo de satisfactores humanos y la quiebra de empresas agroalimentarias medianas, pequeñas y micro. Como consecuencia sube la desigualdad e injusticia social.
La crisis capitalista de nuestro tiempo se caracteriza por ser una crisis donde abunda el capital ocioso, abunda la mano de obra desocupada, abunda la desigualdad social, abunda la violencia social y abunda la injusticia social, entre otras cosas.
Ante tal panorama, los grandes capitales transnacionales a través de sus estructuras y de sus capitalistas funcionales, como el Fondo Monetario Internacional, FMI, y sus 24 miembros del directorio de dicho Fondo, aprueban liberar 650 mil millones de dólares en Derechos Especiales de Giro, DEG, entre los 191 miembros del Fondo.
El DEG es una unidad de cuenta que puede ser canjeada por divisas. Pero en lugar de venir a resolver el problema de la desigualdad social, vino a agudizarla. El FMI está integrado por 191 países. Sin embardo a la hora de la distribución, los ganones fueron los países ricos y los perdedores fueron los países pobres. De los 650 mil millones, apenas 21 mil millones se reparten a más de 100 de países pobres, 417 mil millones a los ricos y 212 mil millones a los emergentes. En términos porcentuales significa que 58 por ciento de esos DEG van a las economías avanzadas, 38.8 a las emergentes y en desarrollo y apenas 3.2 para las naciones de bajos ingresos, que, además, son la gran mayoría. No hay democracia con justicia social en el FMI, ni un plan de ese tipo en esa repartición, sino mucha desigualdad e injusticia social, una muestra dolorosa es la pésima distribución universal de las finanzas y la riqueza, hecha en base a la bruta concentración del capital. En fin
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