Tepic, Nayarit, martes 16 de abril de 2024

México ya cambió (4)

Manuel Aguilera Gómez

05 de Enero de 2016

Con el reparto masivo de la tierra rural, fue desapareciendo la influencia política de la clase terrateniente-señorial, herencia colonial decisiva en la vida social y política del México independiente. Al parejo de la industrialización como eje de la política económica, el gobierno se propuso promover el surgimiento de una nueva clase empresarial, comprometida con el proyecto de desarrollo basado en la industrialización, capaz de despojar de su papel hegemónico a las familias porfiristas conocidas como el “Grupo de los 300”, la élite minero-latifundista-banquera. Con el patrocinio financiero de los bancos de desarrollo, fueron apareciendo otros grupos empresariales. Así surgió lo que Sandford Mosk, académico estadounidense, denominó “el nuevo grupo”, encabezado por José Domingo Lavín, Presidente de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (CANACINTRA)  

Una característica de ese grupo empresarial era su compromiso con el país. Sus miembros se catalogaban a sí mismos como nacionalistas y, por ello, brindaban apoyo a las decisiones gubernamentales en el sentido de establecer preferencias a empresarios nacionales para diversos sectores de la actividad económica, como la radiodifusión, el sistema  financiero, transportes aéreos, el servicio de pasajeros y carga en carreteras federales, numerosas ramas industriales, etc. Para hacer efectivas estas disposiciones, la Secretaría de Relaciones Exteriores quedó responsabilizada de autorizar las escrituras constitutivas de las sociedades mercantiles, las cuales debían incluir –cuando así estuviera estipulado-- las clausulas  relativas a la exclusión de extranjeros, la mayoría de mexicanos en el capital social y la prohibición de acudir a gobiernos extranjeros en casos de conflictos (Clausula Calvo).

A finales de los años 60, al igual que otras naciones latinoamericanas, en México se intensificó el debate en torno al papel de las empresas trasnacionales. Con el propósito de fortalecer la capacidad negociadora de los empresarios nacionales frente a los firmas internacionales, en marzo de 1973 se expidió la Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Inversión Extranjera. Bajo la batuta de los banqueros, la nuevas disposiciones fueron objeto de numerosas críticas pues eran juzgadas como limitantes a las inversión  de capitales foráneos que comenzaban a ser catalogados  indispensables “debido a la insuficiencia del ahorro nacional”. Se fueron liberando las restricciones a diversas actividades hasta que en 1993 se emitió una nueva Ley de Inversión Extranjera coronada con las recientes leyes en materia de hidrocarburos.  

La “nueva filosofía económica”  eliminó el  carácter de “complementarios” a los capitales extranjeros para convertirlos en “esenciales”. En el futuro, al tiempo que suprimía todas las restricciones las importaciones de mercancías (el país con la economía más abierta del mundo) la política económica se centraría en “crear las condiciones de competitividad para lograr atraer nuevas inversiones del exterior”. ¿sus resultados?

En los años recientes, según la UNCTAD, los flujos de inversión en el mundo han ascendido a alrededor de 1.7 billones de dólares; se estima que volúmenes similares se invertirán en los próximos tres años, de los cuales poco más de 550 mil millones se destinan a los mercados de los países altamente desarrollados y 780 mil a países emergentes. De estos recursos, poco más de un billón de dólares  es  manejado por fondos de internacionales de inversión es decir, son capitales golondrinos.

En América Latina se colocan un promedio anual de 250 mil millones de dólares y el doble en las naciones asiáticas. En México, el valor de la inversión extranjera acumulada sumaba a mediados del año pasado 378 mil millones de dólares y la inversión en cartera 483 mil millones de dólares.  Durante  enero de 2011 a junio de 2015 ingresaron al país nuevos capitales por valor 51 mil millones de dólares, 10.7 por año. En cambio, suman 180 mil millones de dólares los recursos invertidos por los extranjeros en bonos gubernamentales (capitales golondrinos).

En el trasfondo de estas decisiones subyace la renuncia de los empresarios mexicanos a responsabilizarse del desarrollo del país. Abandonaron la industrialización y se convirtieron en simples importadores. ¿Esto es producto de la suicida política de apertura comercial o Limantour tenía razón?

(Continuará)

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