Viacrucis de una egresada de un colegio privado en la ciudad de Tepic
Sergio Mejía Cano
16 de Diciembre de 2024
Si bien se dice que no es ético escribir sobre asuntos personales o en primera persona en un artículo de opinión, en ocasiones es necesario para dar el contexto de lo que se quiere dar a entender.
Resulta que, a principios de los años 80 del siglo pasado, por decreto del entonces presidente de la República, José López Portillo (1976-1982) se determinó que todos los empleados ferroviarios de la rama de Transportes deberían portar la Licencia Federal Ferroviaria, por lo que se les dijo a todos los empleados de Alambres (telegrafistas y despachadores), Locomotoristas y Trenistas, entregaran dos fotografías tamaño infantil y listo, a los días les llegó la requerida licencia.
Sin embargo, a finales de la década de los 80 y principios de los 90 cambió esta situación, pues ahora los residentes de la capital nayarita tenían que acudir a un módulo de las instalaciones de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) situado al fondo poniente de la Central Camionera, en donde se les harían exámenes tanto psicométricos, como psicológicos, así como físicos de todo a todo en cuestión de salud, etcétera.
Entre los documentos que solicitaba la SCT precisaba el certificado de capacitación en donde constara haber presentado los exámenes correspondientes a la categoría que ocupaba cada trabajador. Pero resulta que, en una de las múltiples inundaciones al oriente de la ciudad y más, cercanos a la estación del ferrocarril, muchos de los habitantes de esta zona perdimos varios papeles y, un servidor perdió ahí el certificado que me acreditaba como conductor de trenes, por lo que otros compañeros me sugirieron acudir a las instalaciones de la SCT que en ese entonces estaban en la esquina de la calle Oaxaca y la avenida Insurgentes, contra esquina del parque Esteban Baca Calderón (La Loma).
Al ir a estas instalaciones de la SCT y decir en la portería a qué iba, me indicaron unas personas un lugar en donde me atenderían al respecto. Le digo a un varón detrás de un escritorio que iba por una copia de mi certificado de capacitación, a lo que de inmediato se pone de pie, busca en un archivero a sus espaldas, saca una carpeta, selecciona un papel, le saca una copia en un aparato que estaba a un lado, lo sella, lo firma y listo: ya tenía en mis manos una copia certificada del documento que acreditaba que había sustentado mi capacitación para conductor de Trenes; sin más trámites que solo solicitarla.
Lo anterior viene a colación debido a que me encuentro en el centro a una muy querida amiga a quien acompaña una de sus hijas y me comentan que las traen de un lado a otro, pues la muchacha al solicitar un trabajo le habían pedido una constancia de estudios, por lo que habían acudido al colegio privado de donde había estudiado y egresado de la educación preparatoria; el problema es que dicho colegio, de nombre Tomás de Aquino, ya no estaba en el lugar en donde había estudiado la hija de mi amiga: por la calle Práxedis Guerrero, entre la avenida Allende y la calle Morelos, al poniente del Centro Histórico y, que les habían dicho que ahora estaba ubicado ese colegio por la avenida Allende, en la acera norte entre las calles padre Enrique Mejía (antes Ures) y San Luis, en el centro de la ciudad.
Al presentarse ahí la hija de mi amiga y solicitar una copia de su certificado de preparatoria, le dijeron que tenía que ir primero a la Secretaría de Educación Pública (SEP), en la colonia Ciudad del Valle y que la copia le costaría mil 700 pesos ¿qué? ¿Mil 700 pesos por una copia del certificado? ¡Eso se cobra!, dijo la mujer que había atendido a la hija de mi amiga.
Acudió a las instalaciones de la SEP, en Ciudad del Valle, en donde le dijeron que acudiera primeramente a la escuela o colegio en donde había estudiado, a lo que la muchacha confirmó que ya había estado ahí y que de ahí la habían mandado a la SEP y, al comentarle a la mujer que la atendió en la SEP que hasta le cobraban por la copia esa cantidad, la mujer de la SEP le dijo que ahí también cobraban lo mismo, que eso costaban las copias de los certificados de estudios.
En el colegio en cuestión accedieron a otorgarle la mentada copia del certificado de estudios, pero no se la pudieron entregar dizque por el cambio de director del colegio, quien tomaría el cargo después de estas vacaciones decembrinas. Al decirla la muchacha que su certificado ya traía la firma del director anterior, quien la atendió le dijo que así ya no valía, que tenía que llevar la firma del nuevo director.
Sea pues. Vale.
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