Tepic, Nayarit, martes 22 de octubre de 2024

Chonita

Ulises Rodríguez

29 de Agosto de 2024

Mi padre biológico es una especie de leyenda urbana. En casa no se habla de él con resentimiento, por el contrario, sólo se le menciona cuando mi mamá busca algún culpable por mi crónica impuntualidad. No lo conozco mucho, pero sé bien que no es un tipo muy inteligente que digamos, aunque tampoco es una mala persona. Simplemente no me quiso en su vida y no quiso estar en la mía tampoco, no lo puedo culpar. 

Las únicas aportaciones que hizo para mi manutención fueron un par de latas de leche y un paquete grande de pañales. No recuerdo ninguno. Lo que sí recuerdo es un balón y un termo con calcomanías de luchadores, mismos que arrojó en el balcón de mi casa cuando tenía yo 8 o 9 años. Poco después de eso, ocurrió lo siguiente:

En una ocasión, llamó a mi mamá. El motivo de la llamada era hacerle un reclamo por mi aparente falta de respeto hacia “la autoridad”. Por aquellos días se había perdido Chonita, una hermosa gatita calicó a la que le faltaba un ojo y que yo había recogido meses atrás, una mañana, cuando volvía de comprar leche de la tienda de Lucy. Para facilitar la localización de Chonita, imprimí volantes y ofrecimos una recompensa. Muchos de esos volantes terminaron pegados en la escuela donde estudiaba yo la primaria y donde este señor daba clases también en el turno vespertino.  

Si has visto a Chonita,

comúnicate con Ulises al 212 66 69,

se ofrecen $500

decían los volantes tamaño carta cuyo mayor espacio lo ocupaba una fotografía de mi gatita. Había bautizado a la gata con ese nombre porque así se llamaba mi maestra de cuarto grado y, aunque al principio se trató un acto de infantil revancha por los malos tratos de la profesora, terminé queriendo mucho al animalito y también a la maestra quien, con el tiempo, me preguntaba por su tocaya, misma que regresó por su propio pie días después. 

Finalizado el curso, la maestra que había sido una tirana todo el año, entre lágrimas nos ofreció disculpas por su comportamiento y se lo atribuyó al proceso de divorcio por el que atravesó aquel año. Siempre se portó cariñosa conmigo después de aquel episodio.  

No obstante, al señor, le molestó que yo hubiera nombrado a mi gatita con el mismo nombre que una compañera suya y decidió llamar para opinar sobre mi crianza y mis aparentes problemas de respeto a la autoridad. 

-Me parece una falta de respeto lo que Alan hace. Ya saben en la escuela que le puso el nombre de la maestra Chonita a una gata… a ver si no tiene problemas- le habría dicho, palabras más, palabras menos, el señor a mi mamá.

Ignoro cuál fue la respuesta de mi mamá, pero nunca recibí por aquella acusación una reprimenda. No sé si el señor se haya enterado, sin embargo, que también había rescatado un perro criollo sin cola que dejaron amarrado en la unidad deportiva Santa Teresita. Famélico y con el cuello lastimado por una soga vieja, llamé al perro Benjamín, como el señor cuyos genes me permiten estar en esta tierra... El perro y yo nos quisimos mucho.

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